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¿Ataque por tierra o salida pactada? La indecisión de Trump eleva la tensión en Venezuela

Última actualización: diciembre 7, 2025 4:46 pm
RadioAztecaDihitall
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Pese a que el mundo hace tiempo que se acostumbró a la volatilidad de Donald Trump, la actitud de las últimas semanas del presidente de Estados Unidos ante la idea de un ataque a Venezuela tiene desconcertados a los observadores de la relación entre ambos países, sumidos últimamente en un ánimo voluble y en estado de alerta. Los mensajes que llegan desde la Casa Blanca son ciertamente contradictorios. Un día, Trump amenaza con el inminente comienzo de una ofensiva terrestre, y con “acabar con esos hijos de perra”, en referencia a los narcotraficantes del país sudamericano. Al siguiente, reanuda los vuelos de devolución de inmigrantes irregulares y deja abierta la posibilidad a una salida negociada de la crisis. ¿El resultado? Que nadie, ni en Washington ni en Caracas, se atreve a apostar si finalmente se producirá la temida intervención militar, ni qué forma tendrá, llegado el caso.

Y a estas alturas, es posible que, consciente de la impopularidad entre los suyos de la idea, ni siquiera se atreva el propio Trump, cuya indecisión eleva cada día un poco más la tensión en Venezuela.

Tras meses de una escalada retórica que parecía ir directa a un desenlace bélico, fue hace tres semanas cuando el mandatario empezó a hablar de “mantener contactos con [el presidente de Venezuela Nicolás] Maduro”, según recuerda Phil Gunson, experto del Crisis Group residente desde hace 26 años en Venezuela. “Claramente, con la idea de forzarle a marcharse. Cuando ha quedado claro que eso es lo último que Maduro piensa hacer, entonces Trump se ha dado cuenta de que no le gustan las otras opciones. Sabe, porque se lo dicen las encuestas, que tal vez sería popular deshacerse de Maduro si fuera rápido e indoloro, pero embarcarse en una aventura bélica, no”.

“Un 70% de los estadounidenses se opone a una intervención en Venezuela”, puntualiza David Smilde, profesor de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, y autor de un influyente boletín en la plataforma Substack sobre la relación entre ambos países.

Y así fue cómo Trump –cuya estrategia de negociación es, según Smilde, “abusiva” y “maximalista”; “carece de un plan maestro, cambia constantemente de idea y tensa la cuerda para después rebajar la tensión”— abandonó la escuela de pensamiento del secretario de Estado, el halcón Marco Rubio, que “claramente está obsesionado con un cambio de régimen, y cualquier otra cosa será para él un fracaso”, dice Gunson. “Trump siempre puede cantar algún tipo de falsa victoria, pero Rubio, no”, advierte el experto, que recuerda que la idea de lanzar una ofensiva por tierra la soltó el presidente hace ya seis semanas, y que esa amenaza sigue sin cumplirse en mitad de un fenomenal despliegue naval sin precedentes en el Caribe. Este incluye al menos una docena de buques de guerra, con el mayor portaaviones del mundo, el Gerald Ford, y un submarino nuclear incluidos, además del envío de unas 15.000 tropas.

Trump siente la presión no solo de las encuestas; también la de su propio partido, algunos de cuyos miembros están abogando desde el Congreso por una mayor fiscalización de los ataques extrajudiciales que está llevando a cabo Washington desde principios de septiembre en aguas internacionales del Caribe y, en menor medida, en el Pacífico: ya son al menos 22 las supuestas narcolanchas bombardeadas y al menos 87 los tripulantes asesinados, dos de los cuales fueron rematados por el Ejército el 2 de septiembre tras un primer ataque, en lo que podría ser un crimen de guerra, según las normas internacionales del combate. Ese incidente ha empujado contra las cuerdas al secretario de Defensa, Pete Hegseth, y ha puesto a la Casa Blanca, que ha corrido a culpar Frank Bradley, el almirante al cargo, en modo de reducción de daños.

Una de las lanchas bombardeadas por EE UU en el caribe

“A ese escándalo se suman las noticias publicadas en la prensa en las últimas semanas que hablan de que algunos de esos tripulantes eran pescadores metidos al tráfico de drogas para sacar un dinero extra y ponen en duda la relación directa de Maduro con [la banda] Tren de Aragua o la misma existencia del Cartel de los Soles”, advierte Smilde, en referencia a la supuesta red criminal transnacional vinculada con los líderes chavistas que el Departamento de Estado colocó recientemente en la lista de “organizaciones terroristas designadas”, en lo que se interpretó como una preparación del terreno para la ofensiva. “Trump tampoco está en una posición sólida tras las derrotas en las urnas del pasado mes de noviembre, por eso creo que se ha escorado hacia posturas negociadoras”, añade el analista.

El presidente Donald Trump habla durante una recepción de los Kennedy Center Honors.Foto: AP Photo/Julia Demaree Nikhinson

El chavismo confía en que ese cúmulo de presiones, también la que ejercen destacados líderes del movimiento MAGA (Make America Great Again), como Steve Bannon o la congresista Marjorie Taylor Greene, que ven incompatible una intervención con la promesa de poner a Estados Unidos primero (America First), esté alejando la posibilidad de una intervención militar, pese al terremoto diplomático que supuso la publicación este viernes de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense. Ese documento fija tradicionalmente al principio de una presidencia sus prioridades en materia exterior y esta vez pone negro sobre blanco lo que ya se hacía evidente por la vía de los hechos: Washington está lista para desempolvar la vieja doctrina Monroe, alumbrada en el siglo XIX para justificar la idea de una “América [el continente] para los americanos [los estadounidenses]”. En la práctica, y con la guinda del “corolario Trump”, eso supone la resurrección de la concepción de Latinoamérica como el patio trasero de Washington.

Aunque el documento también enumera entre sus principios la “predisposición al no intervencionismo” y la apuesta por el “poder blando”, aunque esto último entre en franca contradicción con medidas de la Administración de Trump como la aniquilación del programa de cooperación al desarrollo USAID o el cercenamiento del programa de becas Fulbright o del servicio de información en el exterior Voice of America.

En los círculos del poder de Caracas se aferran también a la señal que envió esta semana la reanudación, a petición de la Casa Blanca, de los vuelos de deportación de inmigrantes irregulares venezolanos, pese a que se mantiene de facto un cierre del espacio aéreo casi total, reforzado el pasado fin de semana por un anuncio de Trump que hizo pensar en algún tipo de invasión inminente.

La llamada entre el republicano y Maduro se produjo antes de eso —todo indica que el pasado 21 de noviembre—, pero hay versiones contradictorias sobre su contenido. Mientras la prensa estadounidense la ha descrito en términos tensos y amenazantes (o Maduro y los suyos abandonan el país o tendrán que atenerse a las consecuencias), una fuente con información de ambas partes afirma que la llamada fue “respetuosa, incluso amena y sin ningún tipo de ultimátum”. Los dos interlocutores, además, “quedaron abiertos a nuevas conversaciones”, aunque no precisaron cuándo ni en qué términos, mantiene esta fuente.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en un acto el pasado 1 de diciembre en Caracas. Foto: REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria

La vía del diálogo se habría afianzado con una segunda llamada hace unos días, una posibilidad con la que se ha especulado esta semana. Si se produjo, se habría aplicado “un pacto de silencio” hasta ver resultados. Algo parecido a lo que dijo Maduro esta semana al referirse a la primera llamada: “Cuando hay temas importantes, en silencio tienen que ser. Hasta que se den”. El miércoles, Trump respondió a una pregunta directa sobre si había habido ese segundo contacto. “No, no lo ha habido”, zanjó.

Tantas idas y venidas también han alentado en Washington los análisis sobre los papeles y la influencia de las dos personas a las que Trump parece tomar más en cuenta en este asunto: Rubio y el enviado especial a Venezuela, Ric Grenell, que llevó el timón de la relación con Caracas durante los primeros compases de la nueva Administración y es más partidario del diálogo que el secretario de Estado. Parece el clásico reparto de papeles: uno es el “poli bueno” y el otro, el “malo”. O, por seguir con los símiles, uno hace de diablo y el otro, las veces de ángel, y ambos susurran desde uno y otro hombro a los oídos de Trump.

A Grenell aún lo escuchan en Washington, advierte una fuente familiarizada con la crisis y con contactos en el chavismo: “Sus opiniones siguen llegando al presidente y su papel podría crecer en importancia”, después de que hace meses fuera apartado del timón estadounidense de las negociaciones. “Es, de nuevo, una táctica desestabilizadora típicamente Trump: cuando alguien (Rubio) se cree al mando y cuenta con el favor del presidente, lo deja de lado y lo humilla para después rehabilitarlo, y así tener a todos en alerta. Es una clásica estrategia de poder”, aclara Smilde.

“Creo que Grenell está esperando a que Rubio fracase para poder quedarse con su puesto”, opina Gunson, que considera que el secretario de Estado se halla actualmente “bajo mucha presión”. “Vendió a Trump que no necesitaría enviar tropas, que Maduro se iría si se le aplicaba suficiente mano dura. Ahora el presidente sabe que no era tan fácil como le habían dicho”, argumenta el analista, que se dice “más optimista”, en vista del desarrollo de los acontecimientos, sobre la posibilidad de evitar una intervención militar, aunque no tanto “de que pueda salir algo bueno de un acuerdo entre Maduro y Trump”. “No creo que a ninguno de los dos le importe la democracia en Venezuela. A Maduro, obviamente, no. ¿Trump? A él solo le importa Trump”, remata Gunson.

“No hay una salida realmente buena a esta situación, solo alternativas relativamente malas. Una gran intervención militar sería lo peor”, argumenta Smilde, que ve más probable una operación que incluyera “el bombardeo de pistas de aterrizaje o de eso que llaman instalaciones para el narcotráfico”. “Si Trump replegase el despliegue militar y dejara las cosas tal cual están, tampoco sería buena idea; supondría una gran victoria de Maduro contra el imperio, y seguramente la represión de cualquier voz disidente en la sociedad civil venezolana”.

Entre tanto, dos cosas parecen al menos seguras. La primera es que Maduro, que ha reforzado su seguridad personal, según fuentes cercanas al Gobierno venezolano, no tiene planes de dejar el poder. La segunda: Washington y Caracas seguirán sumidas en un ánimo voluble, pendientes de las contradicciones de Trump.

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