
Joseph Kony es un loco de Dios. Uno cristiano. Se creía un profeta, cuya misión divina incluía secuestrar, violar, embarazar a adolescentes, mutilar y asesinar. Así lo hizo desde 1987 en Uganda al frente de un grupo armado con aires de secta, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés), cuya firma era “utilizar a niñas como esclavas sexuales”, dice un auto del Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya, que acaba de reactivar su búsqueda.
El LRA secuestró a entre 40.000 y 80.000 personas en Uganda hasta mediada la década de los 2000. Al menos 100.000 personas murieron y más de dos millones quedaron desplazadas por la violencia de este grupo y de su enemigo, el ejército ugandés, según Naciones Unidas. A sus víctimas, Kony les cortaba las manos, las orejas, los labios y la nariz, que luego les obligaba a comerse.
En 2005, el TPI emitió una orden de detención contra él por 39 crímenes de guerra y contra la humanidad. Veinte años después nadie ha podido atraparlo —es el prófugo más antiguo reclamado por el tribunal—, pero ahora La Haya ha reactivado judicialmente la búsqueda, cuando ya pocos, aparte de sus víctimas, se acordaban de este criminal devenido en fantasma.
Los pasados 9 y 10 de septiembre, el tribunal celebró una audiencia de confirmación de los cargos contra Kony. Lo hizo por primera vez “en ausencia de un acusado”, destaca Ana Manero, catedrática de Derecho Internacional Público de la universidad Carlos III de Madrid. Aquello hizo alumbrar una pequeña esperanza de que el caso sentara “un precedente” y abriera la puerta a algo más grande: juzgar en ausencia a otros presuntos criminales buscados por el TPI. Uno de ellos es el presidente ruso, Vladímir Putin. Otro, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
El 5 de noviembre, esa esperanza se frustró. La Haya confirmó los cargos contra Kony, no sin advertir de que no será posible juzgarlo sin que él esté presente. El Estatuto de Roma, el documento fundacional del TPI, lo prohíbe. El tribunal tiene “las manos atadas”, lamenta Manero. Sin embargo, la reclamación de la Fiscalía de juzgar en ausencia a un acusado ha abierto un camino. “Es un avance muy tímido,” resalta la catedrática, pero que sienta un pequeño precedente. No para que acusados poderosos como Putin y Netanyahu —lejos del alcance de este tribunal sin policía— paguen, pero sí al menos para que sus tropelías sean oídas por los jueces; sus víctimas, indemnizadas; y ellos, marcados con el oprobio.
Una epifanía
La ugandesa Alice Auma hablaba con las cascadas, con los hipopótamos y las jirafas. Hasta con las piedras. Literalmente. Esta mujer fue la pionera, quien sentó las bases del movimiento mesiánico que precedió al que después encabezó Joseph Kony.
Todo empezó con una epifanía. En enero de 1985, Auma le preguntó a una cascada de un afluente del Nilo Blanco sobre la violencia que sacudía Uganda. Para entonces, ya se hacía llamar Alice Lakwena (mensajero), el nombre del espíritu que, según ella, la poseía: un capitán del ejército italiano ahogado en el Nilo a la improbable edad castrense de 95 años.
Tras escuchar las cuitas de la catarata, que se lamentó de la crueldad de la raza humana, la mujer lanzó una rebelión: el Movimiento del Espíritu Santo. Varias de sus normas estaban basadas en los Diez Mandamientos: “No robarás”, “No matarás”, “Amarás al prójimo como a ti mismo”… Otras eran suicidas, como la obligación de no parapetarse en el campo de batalla; o bien inescrutables, como la de no llevar ramitas en los bolsillos. Una última hace preguntarse cómo eran los hombres que esta ugandesa había tratado: “Deberás tener dos testículos. Ni más ni menos”.
Un año después de la conversación de Auma con el salto de agua, en enero de 1986, el presidente ugandés Tito Okello, de etnia acholi, fue derrocado por el entonces llamado Ejército de Resistencia Nacional. Su líder, que se apoderó entonces del poder, era quien aún hoy preside el país africano: Yoweri Museveni. Los acholi son mayoritarios en el norte de Uganda. Auma también lo era. Como Kony.
La milicia montada por Auma, el Movimiento del Espíritu Santo, llegó a tener 10.000 miembros, pero fue derrotada en 1987 por las tropas de Museveni. Muchos murieron. La médium escapó entonces en bicicleta a Kenia. Los milicianos que sobrevivieron volvieron al norte de Uganda. Allí, un joven que decía ser primo de la líder fugada asumió el mando de la milicia mesiánica, a la que luego cambió de nombre. Así nació el LRA. Su ideario recogía parte del batiburrillo de preceptos cristianos, nacionalismo acholi, animismo y ecologismo chiflado de Auma.
Ese joven se llamaba Joseph Kony. Había nacido en Odek (Uganda) en torno a 1961 y aspiraba a derrocar a Museveni e imponer una teocracia basada en los Diez Mandamientos. El antaño monaguillo no tenía reparos en someter en nombre de Dios a tormentos inimaginables a adultos y niños —entre 20.000 y 40.000, según diferentes fuentes— a los que secuestraba y a quienes luego convertía en verdugos de otras víctimas. Esa fue la historia de Dominic Ongwen, detenido y entregado a La Haya en 2015, que cumple una condena de 25 años de cárcel por crímenes contra la Humanidad.
Ongwen había sido un kadogo (pequeño en suajili): un niño soldado. En su juicio en La Haya salieron a relucir las torturas que sufrió: fue obligado, por ejemplo, a desollar a otro niño, mientras estaba aún vivo, para castigar un intento de fuga. De esos tormentos, quizás el más llevadero era portear por las selvas de África las pertenencias del líder, incluido un objeto insólito en el ajuar de un criminal de guerra: su bañera.
En 2006, meses después de que La Haya pidiera su arresto, Kony huyó de Uganda. Se cree que se escondió en el triángulo donde se tocan la República Centroafricana, Sudán y Sudán del Sur. O en la República Democrática del Congo. Los “últimos rumores” de hace años lo situaban en la región sudanesa de Kafia Kingi, precisa Iván Navarro, investigador de la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Uganda, con apoyo de Washington, incluso destinó un pequeño ejército —1.500 hombres y un centenar de asesores estadounidenses— para dar caza al señor de la guerra. Su base estaba en Obo, en el este de República Centroafricana, donde había desertado Dominic Ongwen. En marzo de 2017, esos militares le pisaban los talones a Kony. Pero cuando llegaron al campamento del que el criminal acababa de huir, solo hallaron la tina antes errante a hombros de los kadogo en la que se bañaba el criminal, según relató The New York Times.
La guerra decretada por la Administración de Obama en 2011 contra el señor de la guerra ugandés acabó así: con una bañera como único botín, el cierre de la misión en abril de 2017 y 800 millones de dólares menos en las arcas estadounidenses.
Jean (nombre ficticio), un cooperante que trabajaba con las víctimas del LRA en Obo, recuerda cómo muchos de sus habitantes sospechaban de la presencia de musculosos veteranos estadounidenses de Irak y Afganistán. Su presencia les parecía tan excesiva para perseguir a un señor de la guerra en decadencia que empezaron a creer que su objetivo era otro; por ejemplo, “buscar petróleo”. Kony tenía ya más de 50 años —un anciano para los estándares locales— y su milicia era una “guerrilla del hambre” con unas decenas de miembros famélicos que saqueaban para comer, aunque aún secuestraban a niños.
Navarro considera que el caso de Kony le ha dado al régimen ugandés “carta blanca y el apoyo de un montón de donantes internacionales, sobre todo Estados Unidos”. Ello sin que el TPI haya incluido en su causa los terribles “crímenes de guerra que también ha cometido” el régimen de Museveni.
El vídeo viral
Un hecho fortuito reforzó, además, a Museveni al convertir a Kony en un icono pop. En 2004, varios jóvenes estadounidenses de una secta evangelista —la Iglesia Emergente— visitaron Uganda. Impactados por los horrores del LRA, fundaron en San Diego (California) una ONG: Invisible Children (niños invisibles).
En 2012, esta ONG presentó un vídeo titulado “Kony 2012”, que mostraba a niños secuestrados por la milicia. A su fundador se le situaba en Uganda, a pesar de que llevaba seis años huido del país. El 6 de marzo de ese año, la presentadora Oprah Winfrey difundió en sus redes el vídeo, que obtuvo 120 millones de visitas en cinco días. Los cantantes Rihanna y Justin Bieber tuitearon sobre Kony. Invisible Children recaudó 12 millones de dólares con ese documental que viajaba en parte al pasado. Hoy, Estados Unidos sigue ofreciendo cinco millones de dólares por Joseph Kony. El TPI espera aún poder juzgarlo.
