Nicolas Sarkozy es hoy un fenómeno literario. Lo sabía su editor el día que entró en la cárcel. Pero también al minuto después de ser liberado el pasado 10 de noviembre, después de haber pasado tres semanas de la pena de cinco años que un juez le había impuesto por obtener apoyo del régimen libio de Muamar el Gadafi para financiar su campaña electoral entre 2005 y 2007. Un mes exacto después, el expresidente francés ha publicado Diario de un prisionero (Fayard), un libro sobre su fugaz periplo penitenciario que ya es otro superventas. “Número 1 en todas las categorías antes de salir”, celebraba este miércoles el propio autor ante el éxito de su título número 13, un ajuste de cuentas con el sistema, con algunos elementos que invitan a pensar en la radicalización de su discurso.
El libro lo forman 212 páginas donde desmenuza sus tres semanas de detención en la prisión de La Santé (París) rodeado de “violadores, terroristas islamistas, asesinos y narcotraficantes”. Un lugar que podía parecer un “hotel barato, excepto por la puerta blindada y las rejas”. El ex jefe del Estado explica que se alimentaba de yogures y barritas de cereales (para que otros presos no vertieran nada en su comida), se tenía que agachar para poder afeitarse en una celda de 12 metros cuadrados, la número 11, y describe ese pequeño hilo de agua de la ducha que se detiene cada minuto. También “un colchón más duro que el del servicio militar”.
Sarkozy habla del ruido ensordecedor del presidio. Sobre todo por las noches. Y explica cómo fue recibido de forma amenazante por otros presos. Tenía miedo los días antes, también a su llegada. Un testimonio valioso para imaginar lo que puede llegar a sentir un preso sin la protección policial personal —le acompañaban dos policías armados durante las 24 horas— de un expresidente al entrar en una cárcel de este tipo.
Sarkozy, además, no estaba solo, se reconforta. Recibió 22.000 cartas enviadas tanto por anónimos conmovidos por su situación como por personalidades, como el escritor Michel Houellebecq. Pero no tenía ni teléfono móvil ni tableta y muchas limitaciones para poder llamar por teléfono, y lo tenía que hacer bajo escucha. Su esposa, Carla Bruni, le iba a ver cada semana. Y los únicos periódicos que pedía eran el conservador Le Figaro y el deportivo L’Équipe. La buena noticia, explica, es que tenía CANAL+ y pudo ver desde la primera noche de su encarcelación los partidos del PSG: aquel día, contra el Bayer Leverkussen.
El libro de Sarkozy, el preso 320.535, más allá de una crónica de sus días en la cárcel, es también un amargo ajuste de cuentas con parte del sistema, con determinados partidos políticos. Incluso con el sistema penitenciario, a quien acusa de ni siquiera estar preparado el día que tenía que recibirle cuando llegó 20 minutos antes de la hora prevista. Pero también un panfleto político con algunas de las ideas que sobrevuelan insistentemente la derecha francesa, como el acercamiento que muchas voces empiezan a promover con la ultraderecha de Marine Le Pen.
Sarkozy, que se ve a sí mismo como una suerte de Alfred Dreyfus contemporáneo (compara las pruebas falsas que condenaron al militar judío con las informaciones que considera también no probadas del diario Mediapart), revela en su diario que habló por teléfono desde la prisión con la líder de ultraderecha Marine Le Pen, una vez una feroz rival. El Reagrupamiento Nacional de Le Pen “no es un peligro para la República”, escribe. “No compartimos las mismas ideas en cuanto a política económica, no compartimos la misma historia… y noto que aún puede haber algunas figuras problemáticas entre ellos. Pero representan a muchos franceses, respetan los resultados de las elecciones y participan en el funcionamiento de nuestra democracia”, continúa.
Como explica en el libro, Sarkozy se comprometió ante Le Pen a no llamar a un frente republicano en caso de elecciones legislativas anticipadas. Es decir, reclama la caída “del cordón sanitario” que había promovido de forma radical su mentor y también expresidente de Francia, Jacques Chirac. “El RN no constituye ningún peligro para la República. Muchos de sus electores hoy eran los míos cuando estaba en política activa. Insultar a sus electores es insultar a los nuestros. Mi antigua formación política no está hoy en posición de fuerza. No puede ahora mismo esperar encarnar el futuro, incluso tendrá dificultades para estar en el segundo turno de las elecciones. El camino de reconstrucción será largo, pero solo puede pasar por un espíritu de reagrupamiento lo más amplio posible, sin exclusiones ni anatemas”.
Sarkozy ya había recibido este verano a Jordan Bardella, avalando sin tapujos la supuesta normalización del partido de extrema derecha. Sarkozy argumenta ahora que la reconstrucción de su debilitado partido Republicano “solo puede lograrse a través del espíritu de unidad más amplio posible”.
El cortejo de la ultraderecha a Sarkozy —todavía muy influyente en la derecha tradicional francesa— se hace evidente en el libro. También sus frutos. Uno de los colaboradores más próximos de Le Pen, Sébastien Chenu, escribía cartas de forma periódica al ex jefe del Estado. “El contenido era humano, sensible, personal, sin consideración política partidista”, explica el expresidente. “No olvidaré la sorpresa que me causó y el bienestar que me procuraron”, relata confirmando una proximidad personal hacia el entorno de Le Pen.
Sarkozy también mencionó su antigua amistad con el presidente, Emmanuel Macron. Los dos hombres se reunieron en el palacio presidencial del Elíseo pocos días antes de que Sarkozy ingresara en prisión. Macron, consta en el libro, planteó preocupaciones de seguridad en la prisión La Santé —llegó a decirle que no la podían garantizar— y ofreció trasladarlo a otra instalación, lo cual rechazó. En su lugar, se asignaron dos policías a la celda vecina para protegerlo las 24 horas.
El expresidente escribe que perdió la confianza en Macron después de que el mandatario no interviniera para evitar que le retiraran la Legión de Honor, la distinción más alta de Francia, en junio. Pero también critica la decisión política de disolver la Asamblea Nacional en junio de 2024. “Un capricho que hacía tanto daño a Francia como a su autor”. De hecho, pronosticó a Le Pen que no tardaría en producirse una nueva disolución [una hipótesis que se aleja tras la aprobación parcial del presupuesto del Estado este martes].
Sarkozy también se acercó a la religión católica de forma convencida en la cárcel. Y como se había prometido, al salir de la cárcel fue al santuario mariano de Lourdes, en los Pirineos franceses, con Carla Bruni. En el libro relata esa “inesperada experiencia espiritual” con el capellán del establecimiento penitenciario que le concedió la comunión el primer domingo de su detención. El ex jefe del Estado tiene previsto recibirle para comer dentro de unos días en sus oficinas de la rue de Miromesnil, en París.
“No soy un hombre violento ni un agresor. He pagado mis impuestos de forma escrupulosa. Fui durante 20 años el alcalde de una gran ciudad, Neuilly-sur-Seine, sin que nunca […] hubiera habido el más mínimo incidente. ¿Qué podría pasarme? A menos que tuviera una imaginación desbordada o una paranoia caricatural, nada. Las páginas siguientes demostrarán mi error”. Efectivamente, Sarkozy no es un asesino. Pero atraviesa un reguero de condenas judiciales y procesos por corrupción que hacen difícil pensar en un complot.
El 26 de noviembre, el Tribunal Supremo confirmó una pena a seis meses de cárcel por la financiación irregular de su campaña de 2012. En diciembre pasado, la misma instancia judicial también elevó a firme otra sentencia por un caso de corrupción y tráfico de influencias, por tratar de obtener favores de un alto magistrado en uno de los casos abiertos contra él. Por esa sentencia, entre febrero y mayo pasados tuvo que llevar un brazalete electrónico para controlar su arresto domiciliario. Y si las reformas que quiso implantar durante su mandato se hubieran aprobado, hoy ni siquiera estaría en la calle.
