
Un veterano de la Infantería Naval rusa fuma a la salida de la estación Leningrandski de Moscú bajo los primeros copos de un invierno tardío. Konstantín, militar desde 1999, acaba de empezar un nuevo permiso tras otro turno de seis meses en el frente. “Que se acabe la guerra. Todos estamos cansados”, le sale del alma al preguntarle cómo ve el cuarto año de ofensiva sobre Ucrania.
Esto es Podolsk, un suburbio humilde a las afueras de la capital rusa. Tan lejos y tan cerca de las lucecitas del centro de Moscú que epatan a los diplomáticos estadounidenses que envía el presidente Donald Trump. Aquí, dos viejas amigas pasan la mañana en el banco de un parquecito. Ambas con más de 80 años, debaten con pasión sobre el conflicto. “La culpa es de Putin, no debió haber comenzado la guerra”, dice Valentina. “Y no salvar a la gente de allí, ¿no?”, responde Nina, citando informaciones que retransmite la televisión del Kremlin. “Allí no ha quedado nada”, contesta Valentina. La guerra de Ucrania es otra enorme tragedia de la que han sido testigos en sus largas vidas.
Recurriendo a Antonio Machado, hay dos Rusias: una que muere y otra que bosteza. Un 66% de los rusos piensa que 2025 ha sido “un año normal”, según un sondeo del centro de estudios sociológicos independiente Levada. Doce meses, de enero a diciembre, en los que han fallecido miles de rusos en un conflicto que está a punto de superar en duración a su II Guerra Mundial. Un año de inflación, corrupción, purgas en la élite y olas de drones ucranios en sus ciudades. Un curso en el que las funerarias han facturado un 24% más que en 2024 mientras que el turismo al exterior ha crecido un 16,4%, regresando a niveles precovid con cifras récord en destinos como Tailandia, Maldivas y Emiratos Árabes Unidos.
El frente apenas se mueve a costa de enormes bajas. Rusia está lejos de controlar las cuatro regiones que se anexionó sobre el papel en 2022 [Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia] y ha dado por conquistadas varias veces pequeñas urbes donde los ucranios siguen resistiendo, como Kupiansk y Pokrovsk. Este domingo se reúnen Trump y el ucranio Volodímir Zelenski para abordar la propuesta de paz de 20 puntos que Moscú rechaza: sus diplomáticos lo tachan de “inaceptable” por ser “radicalmente diferente” del plan de 27 puntos pactado antes por Moscú y Washington. En Rusia todo el mundo sabe, desde opositores a leales, que el presidente Vladímir Putin quiere poner Ucrania a merced de Rusia, no se conforma con hacerse con el Donbás o congelar el frente.
Aunque los reels de Instagram de los rusos reflejen un mundo feliz, los soldados reconocen su cansancio en el frente y la retaguardia, donde la integración es a veces difícil. “La guerra va para largo, al menos un año o dos más”, añade Konstantín, miembro de la Morskaya Pejota, una de las fuerzas de élite rusas. Este militar de Vladivostok responde con un parco “normal” al preguntarle cómo es recibido al volver a casa.
Otros soldados denuncian su decepción con los suyos. “Todos los que nos rodean deberían estar orgullosos de nuestra hazaña heroica. Desafortunadamente, hay muchas opiniones y preguntas extrañas”, recordaba este mes el excombatiente Maxim Bájarev, condecorado Héroe de Rusia, en el foro de veteranos de la operación de Ucrania. El militar, mutilado de ambos brazos y piernas, lamenta que la sociedad no les trate cómo esperaban.
Incluso algunos ultranacionalistas advierten de la excesiva duración de la “operación especial”. “Nuestras tropas están muy agotadas, cansadas y desgastadas. Zaporiyia podría convertirse en un cementerio para las Fuerzas Armadas rusas. ¿Recordáis Grozni?”, decía esta misma semana el activista ruso Maxim Kaláshnikov en unas controvertidas declaraciones.
Apoyo mayoritario a la invasión
En el frente civil el cansancio también es notable. Un 74% de los rusos apoya la invasión de Ucrania, pero solo un 31% quiere seguir combatiendo en vez de negociar la paz. Este es el porcentaje más bajo en los casi cuatro años de guerra, pese a que el Kremlin no ha logrado aún ninguno de sus objetivos, según otro sondeo de Levada.
Una fuente próxima a los círculos políticos del Kremlin cuenta a este periódico que la élite también está agotada y quiere “que se acabe ya” la guerra. La clave aquí es Putin: con una aprobación del 85%, los ciudadanos dan por bueno lo que decida su presidente. Sin embargo, el líder ruso ha convertido la guerra en su forma de vida y no parece echar de menos la paz: “Cuando todo está tranquilo, contenido, estable, nos aburrimos”, reconoció el dirigente hace justo un año. Sin embargo, los rusos piden como deseo para 2026 que culmine de una vez su invasión de Ucrania.
Otra encuesta del centro de sondeos del Kremlin, VTsIOM, revela que más de la mitad de la población, un 55%, quiere que la guerra acabe en 2026 y el Kremlin alcance sus objetivos fijados en 2022: la “desnazificación” de Ucrania [el eufemismo con el que Moscú se refiere a acabar con el Estado soberano y democrático ucranio cuya existencia no reconoce] y su desarme [para dejarla a merced].
Sin embargo, ni Putin ni su jefe del Estado Mayor, Valeri Gerásimov, han logrado conquistar ni una capital provincial ucrania nueva en casi cuatro años de invasión. Ni mucho menos imponer un Gobierno títere en Kiev.
La población rusa no es un bloque monolítico. El ciudadano medio es alérgico a las manifestaciones y recela de los políticos, pero es leal a su presidente. Esta verticalidad del poder se traduce en que la única protesta visible, incluso para los asuntos locales más insignificantes, es dirigir un vídeo público al zar Vladímir Vladímirovich pidiendo justicia.
A modo de resumen, el politólogo y periodista Andréi Kolésnikov calcula que una quinta parte de la población rusa se opone al régimen, una quinta partes es ultranacionalista y las tres quintas partes restantes son sumisas al presidente mientras sus acciones no interfieran en exceso en sus vidas.
El fundador del proyecto Jróniki [Crónicas, en ruso], Vsévolod Bederson, retrata un “mosaico” similar de la sociedad. Según sus sondeos, un 21% de la población apoya la paz de forma consistente. Pero hay truco. Muchos de los que anhelan el final de los combates no critican la guerra, solo quieren la vuelta a la calma.
Rusia es un país poco acostumbrado a las manifestaciones, su última huelga general se remonta a la Revolución Rusa en 1917. Según una encuesta de octubre de Jróniki, solo un 4% de los rusos estarían dispuestos a secundar acciones políticas por la paz y el fin del régimen ruso. Como contraste, un 12% apoyaría a Putin si decide retirar las tropas y priorizar el gasto social sobre el militar, mientras que otro 11% está en contra la guerra, pero no participaría en ninguna acción activista.
Esta espiral de silencio convierte en algo chocante cualquier declaración pública por la paz. Hace unos días se hizo viral un comentario de un popular actor, Dmitri Naguíyev, en la presentación de su película “Árbol de navidad 12” [sí, la 12]. “¿Me preguntas, en el cuarto año de la guerra, qué aventuras he vivido este año?”, respondió con enfado a un periodista después de remarcar que sus películas tienen éxito porque “ofrecen la ilusión de una vida feliz” frente a los “aburridos y sucios” filmes bélicos.
La aparición de una figura capaz de unir a los sectores pacifistas encontraría una importante base social para presionar al Kremlin. Pero Putin se quita de en medio a los políticos rivales cuando empiezan a destacar.
El Partido Comunista de Rusia, la segunda mayor formación del país, con un importante potencial para captar el voto por la crisis económica, está en el punto de mira del Kremlin. Aunque su dirección federal sigue siendo leal a Putin, la policía ha registrado varias filiales regionales donde estaba cobrando impulso la crítica al poder establecido.
El partido opositor Yábloko, sin presencia en la Duma, pero con una sólida implantación en todo el país, está siendo machacado por el putinismo tras haber sobrevivido hasta ahora gracias a su perfil bajo.
“Varios sondeos reflejan que el 60% de los rusos apoyarían un acuerdo de alto el fuego sin condiciones previas. Esto es precisamente lo que defiende nuestro partido”, manifiesta por teléfono Ígor Yákovlev, secretario de prensa de esta formación. “A medida que la operación militar continúa, la tregua incondicional gana cada vez más apoyo y, en consecuencia, también nuestra formación. Esta es una de las razones por las que se intensifica la presión sobre Yábloko”, añade el político.
Queda menos de un año para las elecciones legislativas y la justicia de Putin ha bloqueado cualquier intento de postularse del líder de Yábloko, Nikolái Rybakov, al sancionarle por publicar una foto del opositor Alexéi Navalni el día de su fallecimiento. Asimismo, otros seis miembros de la formación han sido encarcelados y decenas más han sido multados.
Los rusos, aunque no vivan la guerra directamente, notan en sus bolsillos sus efectos. La crisis económica es cada vez mayor y las Fuerzas Armadas gastan tanto dinero en una semana como el 75% de las regiones en un año. La inflación supera los sueldos, el Gobierno oculta cada vez más estadísticas -las últimas, los fallecimientos de cáncer tras un brutal recorte sanitario-, y la industria de algunas regiones que antes eran fuertes, como las mineras, ha colapsado.
“Lo más importante es si nuestros políticos comerán caviar de calabacín con pan negro —un plato muy humilde−. Son unos charlatanes”, ironiza Valentina sobre la crisis. “¿Para qué necesitábamos una guerra”, añade. Su amiga, Nina, cree que la crisis persistirá y fracasarán las negociaciones, por lo que la única salida es una victoria. “Nuestra única esperanza está en nuestros hombres”, afirma. Ambas coinciden en que es una tragedia ver “millones de tumbas” nuevas en los cementerios.
Trato de favor
Opositores o sectores a favor del Kremlin, todos han sacado una lección del escándalo del año en Rusia: si quieren, pueden presionar a las autoridades con éxito. Una vieja estrella de la canción rusa, Larisa Dolina, una de las cantantes favoritas de Putin, recuperó en los tribunales una casa de cuya venta se arrepintió a posteriori. La artista había vendido el piso a unos intermediarios que a su vez lo revendieron a otra ciudadana. La justicia de Putin le dio la razón a Dolina y se quedó con el piso y su pago, dejando a la otra mujer sin dinero ni hogar. Tras un boicot masivo que llegó hasta la Duma Estatal, el Tribunal Supremo tumbó el trato de favor a la diva de Putin para servir algo de justicia al pueblo.
