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Macron: Francia, ante el declive de la ‘grandeur’ | Internacional

Última actualización: octubre 12, 2025 11:22 am
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Una de las dos fechas no está clara. Tuvo que ocurrir en algún momento de los últimos 15 años. Esa mañana, los franceses se despertaron del viejo sueño de la grandeur, evocado después de la II Guerra Mundial por el general Charles de Gaulle, el fundador de la V República, el régimen político que hasta hace un año había garantizado la estabilidad de Francia. La crisis financiera, la pandemia, los chalecos amarillos. El deterioro de los servicios públicos, la decadencia del sistema educativo, la revuelta de los territorios de ultramar. También la fragmentación de los partidos. Y, sobre todo, la falta de integración de la inmigración. La desigualdad.

La otra fecha es más evidente. El pasado viernes, pasadas las 22.00, el presidente de la República, Emmanuel Macron, en un crepuscular final de mandato, se enrocó y volvió a nombrar a Sébastien Lecornu como primer ministro. Ocurrió solo cinco días después de haber aceptado su dimisión tras 27 días de mandato. Un absurdo y cruel reflejo del bloqueo, la falta de ideas y la soledad del jefe de Estado, que llegó a convocar a los partidos a la reunión del viernes con un correo electrónico a las dos de la madrugada. La obstinación en Lecornu, su íntimo colaborador, “un soldado”, como él mismo se definió, un candidato a quien rechazaban incluso los miembros de su partido, es también el callejón sin salida al que se ha asomado Francia desde que Macron disolvió la Asamblea y convocó unas elecciones legislativas en julio de 2024 que configuraron el Parlamento más fragmentado de la historia reciente.

Francia, opinan muchos analistas, atraviesa su peor crisis política desde 1958. Dentro y fuera de sus fronteras metropolitanas. El segundo mandato de Macron, con fecha de caducidad, marcado por el síndrome del pato cojo, se adivinaba complicado cuando fue reelegido. Pero nadie pudo intuir su magnitud. La popularidad del jefe del Estado, con un 14% de apoyo, roza la marca más baja de la historia, solo superado por aquel François Hollande en pleno escándalo por sus escarceos fuera del Elíseo. “A Macron le apoya ya menos de la mitad de la gente que le reeligió en 2022, cuando ya tenía una mayoría que no estaba satisfecha con él. Es la particularidad de la V República, se gobierna por defecto. La base electoral de Macron, si cogemos el primer turno de las elecciones presidenciales y le quitamos la gente que se abstuvo o votó en blanco, suma alrededor de un 12% población. Nada. Fue elegido porque había un frente republicano contra Marine Le Pen, porque hoy se vota contra y no a favor. Pero tiene una base muy reducida”, apunta Antoine Bristelle, director del Observatorio de Opinión de la Fundación Jean-Jaurès.

El primer ministro de Francia, Sébastien Lecornu. MARTIN LELIEVRE / POOL (EFE)

El problema del sistema y la configuración actual del Parlamento ―tres bloques iguales― es que la legitimidad de sus acciones queda muy cuestionada. “Y eso choca con el poder absoluto que tiene el presidente. Sin mayoría absoluta, queda muy reducido. Y eso es lo que Macron no entiende todavía. Por eso está todo bloqueado. Intenta crear alianzas que no funcionan, no existen. Lo ha intentado ya tres veces. No veo por qué esta vez debería funcionar”, apunta en referencia al nombramiento de Lecornu, su cuarto intento desde que disolvió la Asamblea hace poco más de un año.

Más de la mitad de los franceses (entre el 60% y el 70%, depende del sondeo) quiere que Macron dimita, algo que solo ha hecho hasta hoy el general De Gaulle. Fue en 1969 tras perder un referéndum sobre la descentralización del país. “Si todas las instituciones están bloqueadas, si tienes gobiernos que duran horas, la única solución es barajar las cartas otra vez”, apunta Bristelle. La idea de la dimisión de Macron se ha instalado de forma pesada en la sociedad. Incluso el ex primer ministro Édouard Philippe, una criatura política de Macron, moderado y aspirante a la presidencia en 2027, pidió esta semana que el jefe del Estado dé un paso al lado y adelante los comicios. El problema, ven muchos, es que podría no valer con volver a empezar la partida.

Francia, que entre mayo de 2024 y el mismo mes de 2025 registró más fallecimientos que nacimientos por primera vez desde la II Guerra Mundial, navega entre dos tormentas. Una coyuntural, con viento transitorio, y una mucho más profunda. La deuda pública alcanza el 115% del PIB (notablemente por encima de la española), y la prima de riesgo ha ido escalando hasta el techo europeo. El PIB francés crece en torno al 1%, tres veces menos que el español. El país, atrapado en un déficit del 5,8%, tiene las manos atadas. Hay cifras peores. El 40% de la población vive con menos de 1.700 euros al mes. Y unos 9,8 millones de personas (de una población total de 68,5 millones) lo hacen por debajo del umbral de pobreza monetaria, fijado en el 60% del ingreso mensual medio, es decir, 1.288 euros por persona. Aproximadamente 650.000 franceses cayeron en la pobreza en el plazo de un año entre 2023 y 2024, lo que constituye el aumento más fuerte desde 1996, cuando se empezó a usar el método actual de cálculo.

Lo mismo ocurre con las desigualdades: el 20% más rico tuvo ingresos 4,5 veces superiores al 20% más pobre, una brecha histórica en los últimos 30 años. La igualdad, uno de los grandes pilares de su República, se ha ido diluyendo en un magma de conflictos sociales. El tema se puso sobre la mesa ya en los años noventa, e incluso Jacques Chirac se presentó y ganó las elecciones presidenciales de 1995 con la idea de combatir la fractura social como tema central de su campaña. La división entre dos o más Francias. Entonces, sobre todo, económica, pero también geográfica y cultural. No hubo manera. Y desde entonces, como en la mayoría de países, no ha dejado de aumentar. Hasta que el famoso ascensor social quedó atascado entre dos pisos.

Manifestantes en la protesta del 10 de septiembre en Francia.
Stephane Mahe (REUTERS)

El Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (Insee) mide, desde hace casi 30 años, la pobreza y las desigualdades dentro de la población de la Francia metropolitana (incluye Córcega, pero no las islas de ultramar). Cada año han empeorado. Pero nunca antes estas cifras habían alcanzado los niveles registrados para el año 2023. Sin embargo, no hay respuestas en la política, opina el politólogo Marc Lazar, profesor de Sociología Política del Instituto de Ciencias Políticas de París (Science Po) y de la Luiss en Roma: “El clima de desconfianza es enorme. Empezó antes de Macron, pero un 80% de franceses observa ahora consternado el espectáculo de la política. La desigualdad crece. Y quizá menos que en otros países europeos, porque tenemos un sistema de protección social muy fuerte. Pero una parte de los franceses cree que ya no somos una gran potencia”.

La Marsellesa se ha vuelto un zumbido de fondo que no provoca ninguna vibración emocional, opina Lazar tirando de metáfora. “Nuestra cultura no funciona como antes, contamos menos en Europa, la sanidad se atasca. Muchos no se reconocen en el relato nacional. Hay una constante tendencia de denigrar Francia. Se pinta un país donde solo habría racismo, que la República trata mal a las poblaciones colonizadas. Y sí, desde luego, se abre una interrogación enorme sobre lo que significa ser hoy francés. Y la crisis actual aumenta ese desconcierto”, afirma.

El balance de la presidencia de Emmanuel Macron es severo. Especialmente fuera de los grandes centros urbanos. Según una reciente encuesta, un 73% de los habitantes de áreas rurales y un 72% de los suburbios consideran que han salido perdiendo con las políticas implementadas desde 2017. El malestar es aún más profundo entre los jóvenes (78% en zonas rurales, 74% en suburbios) y las clases medias (85% y 83%, respectivamente), que se sienten particularmente relegados. Unos datos que coinciden con el aumento de las opciones más a los extremos del hemiciclo, como La Francia Insumisa a la izquierda o el ultra Reagrupamiento Nacional (RN). Especialmente en los lugares donde más acusado es ese sentimiento.

El deterioro de los servicios públicos y su relación con el esfuerzo impositivo de las familias causa una herida que lacera poco a poco ese relato de grandeza nacional. Los franceses son felices en su vida personal, incluso los más modestos: la nota media se sitúa entre un siete y un ocho sobre diez. La paradoja, opina Jean-Marc Germain, inspector general del Instituto Nacional de Estadística (INSE) y eurodiputado del Partido Socialista (PS), es que son los más insatisfechos de Europa en relación con su país. La famosa malaise, el proverbial malestar francés.

Germain, además, ha estudiado la relación entre el esfuerzo tributario de distintos segmentos poblacionales y la recompensa que obtienen. “El sentimiento de injusticia crece, y no es algo inventado. No hay una tasa progresiva, sino regresiva en lo que se refiere a impuestos. Los más modestos, el 30%, lo que recibe en términos de vivienda, paro… es parecido al impuesto. Y si añadimos los servicios públicos gratuitos, el beneficio es neto. Si tomamos la clase media, el resultado es distinto. Recibe menos beneficios de vivienda y otras prestaciones. Pero si añades servicios públicos, es ligeramente ganadora. Y esa es la clave. Porque allá donde esos servicios públicos están lejos de su casa, en zonas rurales, suburbios, la sensación de pérdida es total”. Lugares donde, generalmente, se impone la ultraderecha de RN.

El cóctel, opina Germain, propició fenómenos como el de los chalecos amarillos. Pero también la sensación, especialmente durante el mandato de Macron, de que los ricos no cumplen con su parte del contrato social. “El impuesto en Francia no es progresivo. La promesa de que pagamos en función de lo que ganamos o tenemos, no es real. No se respeta. De ahí todo el debate y la popularidad de la Tasa Zucman”, apunta. Dicho impuesto, bautizado con el nombre del economista francoestadounidense Gabriel Zucman y querido también por los votantes de la derecha, propone que los hogares con un patrimonio superior a los 100 millones de euros ―menos de 2.000 en Francia― paguen un impuesto anual del 2% sobre su fortuna. El tributo podría generar hasta 20.000 millones de euros de ingresos anuales para el Estado.

La sensación creciente es que los servicios públicos están copados por las clases bajas, generalmente configuradas por la inmigración que, en realidad, no es más que un 13% de la población (la definición en Francia incluye también a hijos de inmigrantes nacidos en el país). “Somos el país de la OCDE que más redistribuye en materia social. Y la red de distribución social, o sea, la solidaridad, es una de las más fuertes del mundo. El sistema es principalmente público y eso subraya la importancia del Estado. Funcionaba muy bien gracias a la clase media, que es la que paga la solidaridad con sus impuestos. Pero a esa gente le resulta cada vez más complicado tener un nivel de vida como el que cree que le correspondería, y la solidaridad se convierte en una carga añadida que genera tensión. También ideológica. La conclusión errónea es que dañan el sistema quienes no trabajan y se benefician de ayudas: los inmigrantes”, apunta Pascal Brice, presidente de la Federación de Actores de la Solidaridad.

El cóctel se envenena más con la crisis del ideal republicano de la meritocracia, según el cual la educación abría el camino del progreso social y económico. El 73% de los hijos nacidos en familias de directivos o profesiones liberales acceden a la educación superior, mientras que solo el 4% de los hijos de las clases más vulnerables lo hacen. Aun así, el número de jóvenes con un nivel de licenciatura o superior sigue aumentando. Y aunque en 2022, el 7,6% de los jóvenes de entre 18 y 24 años abandonaba el sistema educativo con un “nivel de secundaria inferior”, esta cifra está en clara disminución (era del 11,8% en 2012).

El aumento de la educación privada, en detrimento de la pública, también es importante. En 2023, el 55% de los alumnos de sexto curso procedentes de clases sociales más favorecidas ya estaban en la enseñanza privada concertada; en 2034 representarán casi el 90%. En cambio, solo el 6% de los alumnos desfavorecidos estarán escolarizados en la privada, la misma proporción que en la actualidad, según un estudio realizado sobre la ciudad de París por los investigadores de la Escuela de Economía Julien Grenet y Pauline Charousset citado por Le Monde.

La política, justo cuando el país se encuentra bajo el volcán, ha dejado de aportar respuestas. Solo el 26% de los franceses, según el barómetro que publica el Centro de Investigaciones Políticas de Sciences Po, declara mantener confianza en ella, frente al 47% en Alemania y al 39% en Italia. Y la decisión que tomó Macron el viernes, pasadas las 22.00, amenaza ahora con aumentar todavía más esa desconfianza.

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