
La economía de Estados Unidos parece inmunizada contra las turbulencias de Donald Trump. El primer año de su segundo mandato en La Casa Blanca ha estado cuajado de sobresaltos por su afán de imponer una atropellada agenda con un marcado acento proteccionista. Las empresas ya están vacunadas contra el vértigo y la incertidumbre que rodea al republicano. Desde que ganó las elecciones a la demócrata Kamala Harris, hace ahora justo un año, ha cambiado de un plumazo el orden del comercio mundial; ha trastocado las cadenas globales de suministro, ha aprobado una ley, que ha bautizado como Grande y Hermosa, con grandes rebajas de impuestos a las empresas; ha reducido el gasto público con la ayuda de Elon Musk, ha despedido a miles de funcionarios, ha apostado por las criptomonedas; ha presionado a las multinacionales para que inviertan en su país; ha endurecido hasta límites insospechados el control de la inmigración; y ha lanzado una campaña de acoso contra el presidente de la Reserva Federal, para tratar de rebajar aún más los tipos de interés, entre otras muchas cosas.
A pesar de toda esa aparente revolución, la economía doméstica sigue su rumbo un año después de su victoria electoral. El inquilino de la Casa Blanca ha conmocionado la economía global, pero para sorpresa de muchos, la actividad de la primera potencia del mundo sigue exhibiendo buena salud: la Bolsa está en máximos históricos, las empresas aumentan sus beneficios, el déficit comercial se ha reducido, el desequilibrio presupuestario es el menor en tres años, el PIB crece a una tasa anualizada del 3%, aunque los economistas anticipan una suave ralentización, la inflación está en el 3%, lejos de los máximos de hace dos años, la tasa de desempleo está en el 4,3%; y aunque la creación de empleo se ha deteriorado en los últimos meses, los analistas lo achacan a una caída de la oferta, porque hay menos inmigrantes para trabajar.
Hay riesgos evidentes, como el de una burbuja bursátil alimentada por la fiebre de la inteligencia artificial; o el apreciable crecimiento de la desigualdad, pero las grandes cifras macro apuntalan la solidez de la economía estadounidense.
Un informe de Reuters sobre el primer año de la versión 2.0 de Trump en el poder señala: “Los inversores están aprendiendo a lidiar con la imprevisibilidad, incluyendo estrategias claras para operar con la tendencia de Trump para intensificar las amenazas para luego retractarse. La llamada estrategia TACO (siglas en inglés de Trump Siempre se Acobarda) se ha convertido en una práctica habitual”.
Hay numerosos ejemplos de ello, pero el más paradigmático quizás es su relación con China. Tras imponerle en abril un arancel del 145%, el republicano se apresuró a negociar un acuerdo para evitar un daño irreparable en ambas economías cuando el gigante asiático respondió con contramedidas comerciales del 125%. Más tarde, este otoño, volvió a intentar cobrar a Pekín al tiempo que limitaba el acceso a los microprocesadores, pero en la réplica Xi Jinping amenazó con cortar el suministro de las tierras raras. Trump, airado, amenazó con romper relaciones e imponer un arancel adicional del 100%. Pero el enfado le duró poco. Dos semanas más tarde ambos líderes se reunieron para apaciguar la escalada comercial.
“Hay que abstraerse de la retórica de Trump y ver el cuadro tal y como es”, dice un analista financiero, que conoce al dedillo los entresijos de la economía estadounidense. “Lo cierto es que la economía de Estados Unidos va bien y eso no parece que vaya a cambiar en el corto plazo”.
Para hacer un balance sobre el grado de cumplimiento de las promesas de Trump durante la pasada campaña electoral y sus consecuencias sobre la economía estadounidense, habría que repasar qué ha sucedido con los aranceles, la inflación y el mercado de trabajo. Son las tres grandes ideas básicas con las que derrotó a la demócrata Kamala Harris. Y aunque la puesta en escena del presidente ha sido en ocasiones digna de un vodevil ―recuerden la imagen de Trump en los jardines de la Casa Blanca mostrando al mundo una rudimentaria lámina de cartón con los aranceles que iba a imponer al mundo―, lo cierto es que no ha causado más estragos para la economía mundial que un resfriado de primavera para la que ya está vacunada.
Aranceles, las nuevas reglas comerciales
El pasado 2 de abril, el Día de la Liberación, como bautizó Trump la jornada en la que compareció ante el mundo para anunciar aranceles indiscriminados a todo el mundo. La medida disparó durante unos días la ansiedad en los mercados, El índice bursátil MSCI World registró pérdidas del 10% en solo unos días, el bono estadounidense se disparó. El magnate que hizo su fortuna con la especulación inmobiliaria en las calles de Nueva York había cambiado de un manotazo las reglas del comercio internacional y echaba a la basura décadas de diplomacia. El miedo bursátil duró apenas semana y media.
Las principales analistas internacionales se apresuraron a empeorar sus previsiones. Algunos aventuraron una catástrofe, advirtiendo de una caída del comercio global y vuelta de la inflación. Pero ocho meses después, el mundo sigue girando. “Los aranceles no han producido un shock tan grande como se anunció inicialmente”, reconoció Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI hace un par de semanas. El Fondo señala que de 191 países analizados, 188 han evitado medidas arancelarias de represalia, lo que ha evitado una guerra comercial y ha estabilizado los mercados. “Pese a las turbulencias, se estima que un 72% del comercio mundial sigue ajustándose al principio de nación más favorecida: los países aplican su tasa arancelaria bilateral más baja a todos sus socios comerciales”, explicó Georgieva.
La tasa arancelaria de Estados Unidos ponderada en función del comercio ha caído del 23% que subió el Día de la Liberación al 17% actual, nivel que sigue siendo mucho más alto que antes (en torno a un 4%), pero es más moderado que en el primer anuncio.
Una de las razones de la resistencia de la economía estadounidense ha sido la capacidad de adaptación de las empresas. Adelantaron las importaciones para anticiparse al primer golpe arancelario, acumularon existencia y reforzaron las cadenas de suministro. Además, los años de grandes beneficios tras la pandemia les ha permitido a muchas reducir los márgenes, lo que ha amortiguado el impacto de los aranceles en los precios.
El aterrizaje suave de la inflación
Una encuesta publicada esta semana por la CNN revela la creciente preocupación de los estadounidenses por los precios de la cesta de la compra. El 47% de los encuestados sitúa el coste de la vida y la economía como el primer problema que afronta Estados Unidos. “Son especialmente sensibles porque la economía sigue generando incertidumbre”, apunta otro sondeo publicado por la cadena CBS cuyas conclusiones son similares.
“Los consumidores perciben que los precios son más altos. La razón por la que están tan descontentos es por la inflación que tuvimos entre 2021 y 2023. Se puede decir que ahora los precios no están subiendo tanto, pero eso no significa que la gente no esté sintiendo esos precios más altos por la inflación que tuvimos hace dos o tres años. Es bueno que los precios no suban tan rápido como antes, pero siguen siendo mucho más altos de lo que eran. Tomará algún tiempo para que ese efecto desaparezca. A medida que aumenten los ingresos reales, con el tiempo se sentirá mejor”, explicó la semana pasada el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, quien despejó el miedo al repunte de la inflación por los aranceles. Lo cierto es que la renta de los trabajadores está aumentando y compensa la subida de precios durante los últimos trimestres. Y aunque en septiembre la inflación repuntó al 3%, la Reserva Federal espera que sea temporal.
Mientras, Powell está siendo acosado e insultado por Donald Trump para que dimita porque el republicano quiere bajar los tipos de forma más agresiva para estimular más la economía cuando queda un año para las elecciones de mitad de mandato, que puede cortar las alas al poder de Trump en el Congreso. Pero el presidente del Banco central de Estados Unidos trata de equilibrar los riesgos entre inflación y el deterioro del mercado laboral.
Inteligencia artificial y trabajo
Otra de las claves de la resistencia de la economía estadounidense a los vaivenes de Trump es la euforia que vive Wall Street. Los índices bursátiles están en máximos históricos gracias sobre todo a la explosión de la inteligencia artificial (IA). Las grandes compañías tecnológicas como Amazon, Nvidia, Microsoft, Google, o Meta viven una fiebre inversora para mantenerse en la vanguardia de esta tecnología. Invierten cientos de miles de millones en microprocesadores avanzados, centros de datos y plantas energéticas para suministrar a esas infraestructuras. Los inversores no quieren perderse la euforia bursátil. “Estados Unidos es el país del mundo con más participación en Bolsa. El 60% de las familias invierten”, decía hace dos semanas una destacada banquera española en Washington. Y, claro, si la Bolsa va bien, estos inversores obtienen ganancias patrimoniales y aumentan su consumo. “El auge de la inteligencia artificial está impulsando notablemente el consumo gracias a la riqueza generada en el sector tecnológico durante los últimos 12 meses”, señala Bernard Yaros, economista de Oxford Economics.
Los que tienen acciones lo están celebrando, pero los que no han logrado ahorros para invertir en Bolsa, lo están pasando peor. La desigualdad campa a sus anchas. Y los despidos de funcionarios y de trabajadores sustituidos por la automatización la exacerba.
La creación de empleo está frenándose llamativamente. Trump alcanzó la Casa Blanca con la promesa de acelerar la creación de empleo, pero al menos en eso, no está cumpliendo. Los últimos datos oficiales publicados revelan que en agosto se crearon 22.000 puestos de trabajo, muy por debajo de lo previsto. La revisión de la oficina de estadísticas laborales indican que en junio se destruyeron 13.000 puestos de trabajo, la primera caída de la ocupación en más de cuatro años. La tasa de paro, sin embargo, se mantiene estable en el 4,3%, la más alta desde octubre de 2021, pero un nivel históricamente bajo. El mercado laboral empieza a acusar también el cambio de modelo que impone la llegada de la IA.
“A pesar del fuerte crecimiento económico que vimos en el segundo trimestre, la publicación de este mes valida aún más lo que hemos estado observando en el mercado laboral: que los empleadores estadounidenses han sido cautelosos a la hora de contratar”, según Nela Richardson, economista jefe de ADP, una entidad privada especializada en asuntos salariales, que calcula que en septiembre se perdieron otros 32.000 empleos.
Sin embargo, las autoridades económicas no están preocupadas. Achacan esta circunstancia al endurecimiento de las políticas migratorias de Donald Trump. Ha lanzado al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) a hacer redadas para arrestar a los migrantes irregulares. Miles de trabajadores informales sin papeles están saliendo del mercado laboral. La oferta de mano de obra se reduce, pero la demanda también se contiene para ajustar costes por los aranceles. La combinación de ambas fuerzas deja la tasa de paro constante.
Por último, la economía estadounidense está acusando en el último trimestre del año los efectos del cierre del Gobierno. Republicanos y demócratas no logran ponerse de acuerdo para prorrogar los presupuestos hasta diciembre lo que ha provocado que decenas de agencias federales estén cerradas o con casi ninguna actividad, entre ellas las oficinas de análisis económicos, que ha sumido al país en un apagon estadístico, los museos, parques nacionales o,incluso, los controladores aéreos. Trump está aprovechando esto para despedir a miles de trabajadores.
La Oficina presupuestaria del Congreso (CBO) ha publicado un informe en el que calcula que la economía estadounidense perderá entre 7.000 y 14.000 millones de dólares debido al cierre del gobierno federal. El documento prevé que la falta de pago a los trabajadores federales y la interrupción de los beneficios alimentarios para los ciudadanos de bajos ingresos reduzcan temporalmente el PIB entre uno y dos puntos porcentuales en el cuarto trimestre de 2025, aunque considera que la mayor parte de esta pérdida se recuperaría en cuanto se reabra el Gobierno.
