
Irak ha caído en el olvido de la prensa internacional. Una vez derrotado el autodenominado Estado Islámico (ISIS), el destrozo humano y social causado por la ocupación estadounidense y la subsiguiente guerra civil sectaria quedaron eclipsados por la sucesión de conflictos que castigan Oriente Próximo (Siria, Gaza, Irán…). Así han pasado casi inadvertidas la retirada de las tropas estadounidenses iniciada el pasado verano y las elecciones legislativas de este martes. Ambas tienen el potencial de alejar a Irak del entramado de influencia iraní.
Tras dos décadas largas de presencia intermitente en Irak, EEUU acordó con el Gobierno de Bagdad poner fin a la Coalición Internacional contra el ISIS, salvo un pequeño contingente de asesores y formadores. Las connotaciones políticas y de seguridad de la medida la han convertido en un asunto central de la campaña electoral. Los partidos chiíes alineados con Irán, que presionaban desde hace tiempo en ese sentido, aseguran que se trata de un triunfo de la soberanía nacional y hablan del “fin de la ocupación”. Las formaciones más nacionalistas, en especial suníes, temen un repunte de la violencia si las milicias proiraníes intentan imponer su poder.
Desde la invasión estadounidense en 2003, la República Islámica de Irán ha proyectado su influencia sobre el vecino Irak mucho más allá de los lazos históricos, culturales y religiosos. Su respaldo a los partidos y milicias de base chií (rama del islam mayoritaria en los dos países) ha marcado en gran medida el devenir político iraquí. Aunque su control se ha reducido desde que hace un lustro EEUU asesinó al general Qasem Soleimaní (que actuaba de enlace y pegamento con esos grupos), todavía mantiene apoyos, revalorizados ante la pérdida de sus peones (proxies) en el resto de Oriente Próximo.
La guerra de Gaza ha servido de pretexto a Israel para degradar las capacidades de la red de milicias que Teherán apadrinaba en la región (el llamado Eje de Resistencia). Además de diezmar al grupo palestino Hamás (responsable del ataque del 7 de octubre de 2023), ha infligido grave daño al libanés Hezbolá, a los rebeldes Huzi de Yemen, a miembros de la Guardia Revolucionaria dentro de Siria e incluso dentro del propio Irán, país que terminó bombardeando el pasado junio en una humillante operación contra sus instalaciones nucleares.
Los aliados iraquíes de la República Islámica son los únicos que han permanecido al margen de la escabechina al quedarse fuera del conflicto de su valedor con Israel. Fue una medida apoyada por Teherán, pero dictada por la presión del Gobierno de Bagdad (siempre en difícil equilibrio entre Irán y EEUU) y, sobre todo, por el temor de las milicias tanto a la respuesta israelí o estadounidense como a la reacción interna. Hartos de las tensiones políticas, los iraquíes rechazan nuevos enredos extranjeros. Ese clima enmarca también la división de las facciones chiíes de la alianza gubernamental ante los esfuerzos del primer ministro para, una vez acordada la salida de las tropas estadounidenses, desmantelar a los grupos armados (que justificaban su existencia en la lucha contra “los ocupantes”).
De hecho, en estos comicios, varios grupos chiíes que estaban bajo la férula de Teherán presentan listas enfrentadas. De ahí el interés añadido de la cita electoral, cuyo resultado revelará hasta qué punto el patrón iraní mantiene su peso. Las milicias de Irak son el último peón que le queda en pie. Incluso si las urnas merman su respaldo, Irán no va a renunciar a seguir interviniendo en un país que considera parte de su esfera de influencia, pero le resultara más costoso y le dificultará mantener la ruta de abastecimiento a sus aliados en Siria y Líbano.
