
El 6 de noviembre de 1975 sopló un siroco infernal en el Sáhara. A un lado de las alambradas que protegían la frontera norte de la última colonia española se concentraban 350.000 marroquíes. La mayoría eran pobres de solemnidad y habían sido reclutados en todas las provincias del reino que gobernaba con puño de hierro Hasán II, padre del actual monarca, Mohamed VI. Al otro lado de las alambradas se desplegaba el ejército de Franco.
Este jueves cumplió exactamente medio siglo aquella escena que ilustró las primeras páginas de los periódicos y los telediarios de todo el mundo. Hasán II había convocado a sus súbditos a invadir el Sáhara Occidental con lo que denominó Marcha Verde —verde es el color del Islam—. Para hacerlo, manipuló el dictamen del Tribunal Internacional de La Haya, al que había aceptado someterse a fin de que decidiera si el territorio era parte de Marruecos o si sus habitantes debían elegir su futuro a través de un referéndum de autodeterminación.
Tres semanas antes, La Haya había dictaminado: “La conclusión del Tribunal es que los materiales y la información que le han sido presentados no establecen ningún lazo de soberanía territorial entre el territorio del Sáhara Occidental y el reino de Marruecos o el complejo mauritano. Así pues, el Tribunal no ha encontrado lazos jurídicos de tal naturaleza (…) que modificaran la descolonización del Sáhara Occidental y en particular el principio de autodeterminación a través de la libre y genuina expresión de la voluntad de los pueblos del territorio”.
Era una clara derrota para las pretensiones anexionistas de Marruecos. A partir de esa sentencia, España podría cumplir sus obligaciones y Naciones Unidas impulsaría el referéndum de autodeterminación de los saharauis.
Sin embargo, apenas unas horas después de que el fallo se hiciera público, Hasán II se dirigió a los marroquíes a través de la radio y la televisión. El monarca silenció los párrafos que negaban la soberanía de su país sobre el territorio, afirmó que el derecho internacional islámico no diferenciaba entre “los lazos jurídicos y de vasallaje” —que el texto mencionaba de pasada— y la soberanía territorial, y aseguró que el tribunal había establecido la legitimidad marroquí: “No nos queda más que recuperar nuestro Sáhara, cuyas puertas se nos han abierto”, proclamó. Así nació la Marcha Verde.
España abandonó el territorio —y sus obligaciones como potencia administradora— y dejó a los saharauis a los pies de los blindados marroquíes, bajo una lluvia de napalm y fósforo blanco.
La guerra entre Marruecos y el Frente Polisario se prolongó hasta 1991. Aquel año ambas partes llegaron a un acuerdo de alto el fuego avalado por la ONU. Incluía el despliegue de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (Minurso), cuya misión consistía en supervisar el fin de las hostilidades y organizar el referéndum de autodeterminación del territorio. Sin embargo, las continuas obstrucciones de Marruecos han impedido hasta ahora la consulta.
Una guerra de baja intensidad vuelve a golpear el Sáhara 50 años después de la Marcha Verde. Si en 1975 fue el recurso al Tribunal de La Haya lo que intentó evitar el conflicto, ahora ha sido la administración de Donald Trump la que ha hecho lo posible para otorgar a Marruecos una soberanía del territorio que ya detenta de hecho. Ese sería el precio del apoyo de Mohamed VI a los Acuerdos de Abraham. La adopción de la propuesta de autonomía de Rabat como base para las negociaciones supone un revés para el Frente Polisario, pero las gestiones de Trump en la ONU no han logrado su objetivo principal: un reconocimiento de la soberanía de Marruecos en el territorio, al contrario de lo que ha dado a entender Mohamed VI.
Estados Unidos tuvo que modificar sustancialmente su borrador inicial a fin de evitar los vetos de Rusia y de China en el Consejo de Seguridad. En primer lugar, el texto aprobado incluye expresamente “el principio de libre determinación” de los saharauis; es decir, nada podrá decidirse sin su respaldo. En segundo lugar, no define la autonomía propuesta por Marruecos como la única base para solucionar el conflicto, sino que señala que “podría constituir la solución más factible” y “acoge con beneplácito cualquier sugerencia constructiva en respuesta” a ella. En tercer lugar, extiende otro año el mandato de la Minurso.
Parece difícil que un régimen autoritario como el de Marruecos pueda presentar la “autonomía verdadera” reclamada en el documento para convencer a los saharauis, que habrían de avalarla en un referéndum. Por eso el discurso de Mohamed VI retransmitido por televisión a las pocas horas de conocerse la aprobación de la resolución de la ONU recuerda al de su padre, Hasán II, tras el fallo del Tribunal de La Haya. “A partir de ahora, habrá un antes y un después del 31 de octubre de 2025”, afirmó solemnemente el monarca actual, flanqueado por el príncipe heredero, Mulay Hasán, y por su hermano, Mulay Rachid. Y añadió: “El texto aprobado consagra la soberanía (de Marruecos) sobre las provincias del sur (Sáhara Occidental)”.
En este último punto, el rey de Marruecos confunde sus deseos con la realidad. Lo expresó claramente la representante de Dinamarca, que respaldó la resolución: “Nuestro voto a favor no constituye un reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, ya que cualquier solución debe ser acordada entre las partes”. Igual que Hasán II manipuló el dictamen del Tribunal de La Haya, Mohamed VI da la impresión de querer retorcer la resolución de la ONU en beneficio propio.
El Frente Polisario expresó al día siguiente su opinión sobre el acuerdo bombardeando la provincia de Smara. Fue como si quisiera dejar claro que alguien está tratando de vender los cuernos de la gacela antes de cazarla.
Medio siglo después de la Marcha Verde, en el Sáhara sigue soplando el siroco.
