
Una mezcla de enorme expectativa, emoción y cierta dosis de incredulidad se ha apoderado de la gélida Oslo en las últimas horas. Isabel busca refugio del frío mientras camina orgullosa por las calles de la capital noruega con la bandera de Venezuela a cuestas. Acaba de llegar desde Estocolmo para ser testigo de lo que considera que será un momento histórico para su país: la entrega del premio Nobel de la Paz a la líder opositora María Corina Machado. “Me siento como si lo hubiera ganado yo”, dice emocionada la mujer de 54 años, que pide que se omita su apellido por temor a represalias contra sus familiares que permanecen en territorio venezolano. “Este premio me devolvió la esperanza de que la situación puede mejorar, de que seremos libres otra vez”, agrega Josefina, de 46, que hizo el viaje con ella desde Suecia, mientras ambas cuentan los minutos para que se celebre la ceremonia oficial este miércoles.
La posibilidad de que Machado también aterrice en Noruega y acuda a recoger el premio en persona ha provocado una enorme expectativa dentro y fuera de Venezuela. Y el misterio se ha mantenido durante este martes, cuando estaba previsto que la dirigente opositora de 58 años participara en una rueda de prensa en el Instituto Nobel, que fue pospuesta y después cancelada de forma definitiva por los organizadores.
“En este punto, no podemos dar ninguna información sobre cuándo ni cómo va a llegar a la ceremonia del premio Nobel de la Paz”, informó Erik Aasheim, portavoz del instituto noruego a los medios que estaban acreditados para cubrir el acto. Iba a ser la primera actividad oficial de una larga lista de eventos protocolarios y se suponía que iba a ser la primera aparición pública de Machado desde que decidió continuar con su lucha política desde la clandestinidad en agosto del año pasado. “Estamos a la expectativa, nadie sabe nada”, reseña Isabel con aire de misterio y la ilusión intacta de ver a la líder opositora en persona.
El Nobel ha puesto los ojos del mundo en Machado y en la crisis política de Venezuela. La decisión del Comité Noruego del Nobel de concederle el reconocimiento llegó de manera sorpresiva, incluso para ella y sus seguidores más fieles. Después de meses de presiones de Donald Trump, que realizó una campaña activa por hacerse con el premio desde su regreso a la Casa Blanca en enero pasado, y tras recibir 338 nominaciones distintas, los organizadores eligieron como la ganadora de este año a la figura más incómoda para el Gobierno de Nicolás Maduro y el rostro más visible de una oposición perseguida, fragmentada y orillada al exilio.
El anuncio se produjo el pasado 10 de octubre, en un momento de máxima tensión entre Estados Unidos y Venezuela, espoleado por un despliegue militar sin precedentes frente a las costas venezolanas. Se dio también prácticamente un año después de las últimas elecciones presidenciales, en las que Maduro se proclamó ganador, pese a la condena internacional, las acusaciones de fraude y las evidencias recabadas por la oposición de que Edmundo González, el candidato que Machado apoyó después de que el régimen le impidiera presentarse a los comicios, había ganado por amplio margen.
El Comité Noruego del Nobel pudo haber eludido la polémica, pero eligió a Machado por “su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. El Nobel de este año es un premio a una trayectoria de más de dos décadas de lucha contra la represión, otorgado a una líder política que ha tenido que vivir en la clandestinidad por alzar la voz en un país donde hacerlo se ha convertido en un crimen.
Pero es también un reconocimiento del sufrimiento colectivo de la disidencia venezolana. Para quienes han sido silenciados. Para cientos de presos políticos. Para más de ocho millones que han tenido que abandonar el país empujados por el hambre, la necesidad o la persecución. “El Nobel es nuestro”. El lema que ha abanderado la líder opositora en las últimas semanas es también el grito de batalla de quienes se han dado cita en Oslo. “Es una señal de que el mundo nos ve, de que por fin nos están escuchando”, afirma Sonia Zapata, una venezolana que vive en Noruega desde hace 20 años.
La figura de Machado divide opiniones. Para el chavismo, que lleva más de dos décadas de confrontación abierta con la líder opositora, encarna las conjuras de la extrema derecha, la hipocresía del capitalismo y el servilismo ante Estados Unidos. Para sus partidarios es el símbolo de que otra Venezuela es posible, el ejemplo de que resistir vale la pena y la líder que está dispuesta a asumir todos los sacrificios para sacar el país adelante. No hay medias tintas en el contexto político venezolano.
Fuera del país sudamericano, algunas de las convicciones y las alianzas políticas de Machado también han provocado críticas. “Dedico este premio al sufrido pueblo de Venezuela y al presidente Trump por su decidido apoyo a nuestra causa”, escribió en su cuenta de X al enterarse de que iba a recibir el reconocimiento.
La dirigente venezolana también ha apoyado públicamente la posibilidad de una intervención internacional para poner fin al régimen de Maduro y ha respaldado las medidas de mano dura y las sanciones que impulsa Estados Unidos para ahondar el aislamiento diplomático del Gobierno chavista. Sus detractores han cuestionado si sus ideas se alinean con los valores de paz que promueve el Nobel. Sus partidarios defienden que poner fin a una dictadura requiere de medidas excepcionales y que el apoyo de Trump ha sido crucial en momentos en los que la presión internacional ha estado en horas bajas. Y el amago de una operación militar estadounidense es otra de las incógnitas que se dibujan en el horizonte de esta entrega del Nobel.
“La libertad hay que conquistarla y frente a una tiranía de este tipo se requiere fuerza moral, espiritual y física”, aseguró en una entrevista con EL PAÍS unas horas después de ser anunciada como la ganadora. “Maduro decide si lo toma o lo deja, pero va a salir con o sin negociación”, agregó.
Todas las decisiones que ha tomado Machado han sido objeto de escrutinio, sobre todo desde hace dos meses, cuando se anunció el premio. Se ha criticado, por ejemplo, la inclusión como invitados de honor del presidente ultraconservador de Argentina, Javier Milei, y otros mandatarios latinoamericanos de derechas, como el ecuatoriano Daniel Noboa o el paraguayo Santiago Peña. Milei ha llegado este martes a Oslo, mientras que el líder panameño, José Raúl Mulino, lo hizo el lunes.
El Comité Noruego del Nobel ha defendido su decisión con el argumento de que lo que reconoce es la lucha por la democracia, al margen de las diferencias ideológicas. El Centro Nobel de la Paz, otra organización clave en los preparativos, lo ha resumido así: “La división política global de nuestro tiempo no es izquierda contra derecha, sino democracia contra dictadura”. En algunos medios del país escandinavo, donde se palpa que el contexto venezolano es una realidad lejana, el galardón se ha reseñado como una respuesta al llamado espíritu de los tiempos, una reivindicación de la democracia en tiempos de guerras, liderazgos personalistas, amenazas permanentes y señales acumuladas de desgaste democrático en Occidente.
Con todo, el reconocimiento es oxígeno puro para una oposición venezolana que lleva años sufriendo la represión sistemática del chavismo y que aún arrastra divisiones internas. Y ante el incierto desenlace de la escalada de Trump en el Caribe, todos los defensores de la causa democrática venezolana reciben este miércoles un nuevo impulso desde Oslo.
