Zohran Mamdani, el candidato demócrata al Ayuntamiento de Nueva York que ha logrado encarnar en un tiempo récord tanto la esperanza de un cambio en los Estados Unidos de Donald Trump como la impugnación del poder establecido de su partido, hizo historia este martes a sus 34 años al convertirse en el primer socialista que regirá los destinos de la capital mundial del capitalismo y en el primer alcalde musulmán de la ciudad del 11-S. También, en el más joven en lograrlo en un siglo.
Su triunfo cuenta con pocos precedentes en una urbe que ha elegido a 110 alcaldes antes antes que él —un puñado de ellos, inmigrantes— y en la que casi nadie lo conocía hace solo un año. Entonces, era un miembro cualquiera de la Asamblea estatal de Albany. Desde ese discreto lugar, Mamdani viajó a toda velocidad rumbo a la fama global a lomos de un programa de izquierdas —sensato o populista, según se mire— basado en una apuesta por la asequibilidad que se confirmó este martes como irresistible para esos vecinos a los que cada día empuja poco a poco más allá de sus límites la ciudad más poblada del país, que resulta ser también una de las más caras del mundo.
El nuevo alcalde, el primer ciudadano de origen sudasiático en reclamar el bastón de mando de Nueva York, lo hizo gracias a una campaña fulgurante, apoyada en un dominio fuera de lo común del lenguaje de las redes sociales que volvió a demostrar en el momento del triunfo. Bastaron unos 45 minutos para que los principales medios estadounidenses, también la agencia Associated Press, le dieran la victoria después de que los colegios electorales cerraran a las 21.00, y entonces su cuenta en X lanzó un sencillo vídeo de 10 segundos. En él, desde el interior de uno esos inconfundibles vagones del metro de la ciudad se ve el cartel de la estación de City Hall, y una voz anuncia a los viajeros: “La próxima y última parada es el Ayuntamiento”.
A esos golpes de efecto, que Mamdani, o su campaña, lanzan sin aparente esfuerzo, se suma además un carisma a la vieja usanza, que recuerda al de esos políticos de las películas, cómodos en la distancia corta del selfi, estrechando manos y besando bebés. Con esa mezcla, Mamdani logró ilusionar a un ejército de unos 100.000 voluntarios, un movimiento surgido en apenas unos meses, que tocaron más de tres millones de puertas para pedir el voto para el candidato y repetir un argumentario con tres puntos que destacan por encima del resto: autobuses gratis, congelación hasta 2030 de los alquileres controlados y guarderías sin costo para los niños menores de cinco años.
Esas sencillas ideas le hicieron ganar con contundencia y por sorpresa en las primarias demócratas de junio. También primaron este martes, en una elección con participación récord de dos millones de personas, nunca vista dese 1969, en el favor de los votantes sobre las objeciones de sus adversarios. Estos, con el presidente Donald Trump a la cabeza, trataron de hacerlo pasar por un antisemita irredento (gracias a su defensa de Palestina y a su denuncia del “genocidio” en Gaza), así como por un apologeta del terrorismo islamista y, sobre todo, por un comunista peligroso, listo para llevar a la bancarrota a la ciudad y a devolverle a sus peores pesadillas, a los años del plomo de la criminalidad desbocada de hace décadas.
Mamdani venció con holgura (50,4%) a sus rivales, que, también hay que reconocerlo, no eran los adversarios mejor equipados. El principal era el exgobernador demócrata del Estado de Nueva York Andrew Cuomo (41,6%), que había fiado a estas elecciones su resurrección política tras una ignominiosa renuncia en 2021 a una carrera de décadas, acosado por un escándalo de múltiples acosos sexuales. Ni este —con su pedigrí (es hijo de otro gobernador, Mario Cuomo), su aroma a vieja escuela y su cercanía a los poderes económicos y al establishment del Partido Demócrata— ni Curtis Sliwa (7,1%) —el aspirante republicano que nunca tuvo opciones reales en una plaza tradicionalmente progresista— pudieron con Mamdani, pese a que el lunes Trump apoyó a Cuomo. O tal vez fue por eso mismo.
Desde enero
Será a partir del 1 de enero, día en el que el nuevo alcalde jurará el cargo, cuando se podrá comprobar si esos temores son fundados o tan solo los fantasmas que agitó el poder establecido de la ciudad —de los grandes empresarios a los rentistas, y de los tiburones de Wall Street a los activistas pro-Israel y los mandarines culturales— para parar los pies a un candidato que se demostró imparable, sobre todo, aunque no solo, entre los jóvenes.
Nacido en Kampala (Uganda) en 1991 e hijo de intelectuales —la cineasta india Mira Nair y el académico de Columbia Mahmoud Mamdani— el triunfo del nuevo alcalde de Nueva York significa también la consagración de la alternativa, más a la izquierda que el Partido Demócrata, de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA son sus siglas en inglés). Se trata de una formación surgida contra la desigualdad y el capitalismo descocados y de la decepción por la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump en 2016. También, al calor de la fallida campaña del senador por Vermont, Bernie Sanders.
Ya dio sus primeros frutos en la escena nacional con la irrupción en 2018, año en el que Mamdani obtuvo la nacionalidad, de la figura de Alexandria Ocasio-Cortez. Ella, como el nuevo alcalde, es heredera de una tradición que hunde sus raíces en los años 20, con el candidato socialista a la presidencia Eugene Debs. Bebe de los principios del New Deal de Franklin D. Roosevelt y tiene un antecedente directo en aquellos que salieron a las calles de Manhattan tras la crisis de 2008 para ocupar Wall Street.
Para un partido sin rumbo, sumido en una crisis existencial desde la derrota de Kamala Harris en noviembre pasado, el ascenso contra todo pronóstico de Mamdani supone una sacudida que obliga desde su liderazgo a un debate sobre el futuro, en el que también tienen que contar las enseñanzas de las otras victorias de este martes en las elecciones a gobernador de Virginia y Nueva Jersey: ¿indica el triunfo de Mamdani que los votantes están ansiosos por un recambio generacional y por políticas más progresistas? ¿O es un error concluir que lo que tenga que decir una gran ciudad demócrata puede extrapolarse al resto del país, donde la prudencia invita desde hace décadas a los candidatos a viajar al centro para conquistar a los indecisos?
Lo que el ejemplo del alcalde electo de Nueva York parece confirmar es que ya no es posible, si alguna vez lo fue, ganar unas elecciones en Estados Unidos dentro de los confines de los partidos tradicionales. Y que en la era de las redes sociales solo quien maneje los diferentes tonos del populismo, de izquierdas o de derechas, tendrá opciones en las urnas.
En eso se parece a Trump, con quien el candidato socialista no ha tenido miedo de compararse: suele insistir en que lo que le llevó a él —con su pasado de rapero sin demasiada suerte, cuyo nombre artístico, Señor Cardamomo, también era un guiño a su identidad— fue lo mismo que llevó al republicano a regresar a la Casa Blanca ahora justo hace un año: la certeza de que el costo de la vida se había hecho insoportable para los estadounidenses.
Una de las grandes preguntas en Nueva York es cómo piensa contestar Trump al triunfo de Mamdani. Primero, corrió a desmarcarse en su red social de las derrotas republicanas. Luego escribió un críptico mensaje que decía: “Pues allá vamos”. El republicano ha amenazado con reducir la aportación de fondos federales a la ciudad a su mínima expresión, y nadie está en condiciones de descartar que acabe mandando a la Guardia Nacional, como ha hecho en Los Ángeles o Washington, entre otras ciudades.
A primera hora de la jornada en la que se convirtió en alcalde, Mamdani prometió de nuevo en un parque público de Queens que plantará cara a Trump. Lo hizo al principio de un esplendoroso día de otoño en Nueva York, cuando acudió a votar junto a su esposa, la ilustradora Rama Duwaji, en un colegio electoral de su barrio, en Astoria.
Esta vez, iba sin la corbata estrecha que ha convertido en los últimos meses en parte indispensable de su uniforme, y que completan un traje negro y una amplia e inoxidable sonrisa. Conociendo su manejo de los mensajes, ese detalle solo podía indicar una cosa: tras una extenuante campaña de un año, Mamdani estaba listo para dejar de cortejar a sus vecinos y para sentarse a esperar que estos le dieran el apoyo que necesitaba para hacer historia de Nueva York. Pues bien: antes del final del día, acabó haciéndola.
