Cientos de miles de personas se han manifestado este sábado en Estados Unidos para protestar por lo que consideran una deriva autoritaria del gobierno de Donald Trump. Las concentraciones convocadas bajo el lema “No Kings”, (no reyes, en inglés) hacen referencia al principio de que la nación no tiene reyes que la someta. Los organizadores buscan canalizar el descontento social contra las políticas del presidente republicano, que ya se visibilizó en el primer acto de este movimiento celebrado el pasado junio.
En esta ocasión, las protestas más importantes se han producido en las grandes ciudades del país como Nueva York, Chicago, Houston, Seattle, Los Ángeles o Filadelfia. En Washington DC se han concentrado decenas de miles de personas frente al Capitolio de los Estados Unidos. La imagen de la protesta pacífica en la capital ha contrastado con la que se produjo hace cuatro años cuando una turba de defensores de Trump intentó asaltar la sede de la soberanía popular estadounidense por su descontento con el resultado de las elecciones que el republicano perdió en noviembre de 2019.
Brian Lee, un militar jubilado de unos 70 años, alza una pancarta en la que se lee: “Mi padre no luchó en un B-52 sobre Europa para esto”. Lee, que vive en York, Pensilvania, explica que estos tiempos con Trump en el poder le recuerdan a lo que pasó en los años treinta del siglo pasado. “Está presente en todos sus discursos y refleja lo que ocurrió en la década de 1930, no solo en Alemania, sino también en España. Es aterrador y tenemos que detenerlo, porque ni siquiera ha pasado un año, y me aterra pensar dónde estaremos dentro de otros tres”.
A juicio de Lee, gran parte de la población se ha insensibilizado porque Trump comete “una atrocidad tras otra”. Por eso espera que la de este sábado sea “la primera de muchas manifestaciones para empezar a despertar a la gente y poner en marcha un movimiento que pueda hacerle retroceder”.
Las manifestaciones coinciden con el cierre parcial del Gobierno, el despido de miles de trabajadores federales, redadas a inmigrantes y el despliegue de tropas de la Guardia Nacional por varias ciudades demócratas. Trump también ha intentado imponer su poder en la Reserva Federal, atacando a su presidente y acusando, sin pruebas, a una de las gobernadoras, para tratar de despedirla. Ha arremetido contra medios y periodistas. Ha demandado a los periódicos críticos e incluso ha restringido el acceso de la prensa al Pentágono.
En los casi 300 días que Trump lleva en el poder, en su segundo mandato en la Casa Blanca, ha demostrado que está decidido a imponer su agenda política sin detenerse ante ningún obstáculo. El republicano ha amenazado con retirar fondos federales a los estados y ciudades demócratas si no le apoyan. Los tribunales se han erigido como el último muro de contención del poder de Trump. Pero el republicano controla el Tribunal Constitucional, que hasta ahora está avalando todas sus decisiones.
“Nos unimos para exigir que nuestros representantes se posicionen contra los excesos ejecutivos de Trump para limitar su poder y para ayudarnos a finalmente derrocar al régimen y restaurar la democracia antes de que sea demasiado tarde”, ha manifestado Hunter Dunn, portavoz de la coalición de No Kings.
Algo parecido plantea Ezra, de 44 años, que trabaja en Washington con ONG locales. Recurre a la fábula de la rana en la olla para explicar lo que está ocurriendo: “Trump va subiendo la temperatura poco a poco con muchas cosas y cuando nos demos cuenta ya estamos hirviendo”. Mientras marcha en Washington, reflexiona que la manifestación debe servir “para motivar a la gente a seguir luchando y pedir a sus representantes locales que han algo para detener esto”.
Las protestas se han extendido a más de 2.600 ciudades a lo largo y ancho del país. Los organizadores también han celebrado concentraciones en numerosas ciudades pequeñas de cada uno de los 50 Estados. Los principales líderes del partido demócrata han participado en las protestas. La jornada ha servido para insuflar algo de ánimo a los progresistas, que no son capaces de encontrar ni el tono ni la voz para enfrentarse a Trump, y evidenciar la fortaleza de la sociedad civil de un país muy polarizado, en el que los ciudadanos se están alejando de la política.
Los organizadores han explicado que las protestas tienen como objetivo preservar los principios sobre los que se fundó Estados Unidos con la resistencia a un régimen autoritario. Se trata de una referencia al monarca británico Jorge III, conocido como el rey loco, que ejerció su poder sobre las colonias en el siglo XVIII, una época en la que se produjo la independencia de los Estados Unidos.
Los convocantes han hecho hincapié en que las protestas sean pacíficas y los manifestantes rechacen la violencia. Durante las últimas semanas incluso han organizado cursos de desescalada para dar formación en protestas pacíficas. En la manifestación de Washington, Craig, un hombre de 60 años, lleva un chaleco amarillo y reparte carteles con el lema “No tronos, no coronas, no reyes”. Colabora como voluntario para ayudar a la organización. “Estados Unidos no es una democracia ahora mismo”, asegura.
El trumpismo ha mostrado una reacción virulenta. Los republicanos han calificado las concentraciones como “manifestación de odio a Estados Unidos” sin entender que las protestas son legítimas en un estado democrático. “Apuesto a que verán simpatizantes de Hamás, apuesto a que verán a miembros de Antifa, apuesto a que verán a los marxistas en plena manifestación, a la gente que no quiere ponerse de pie y defender las verdades fundamentales de esta república”, aseguró la semana pasada el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, en una entrevista en el canal conservador Fox News. Incluso uno de los miembros más moderados del gabinete de Trump, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, amenazó: “Ya saben, ‘sin reyes’ no hay sueldos. Sin sueldos no hay gobierno”.
Los republicanos también han culpado a los manifestantes del cierre del Gobierno federal, que encadena 18 días parcialmente paralizado por la falta de acuerdo entre republicanos y demócratas para extender un presupuesto. Trump está intentando aprovechar la situación para despedir a miles de trabajadores federales y recortar fondos a las instituciones controladas por los demócratas.
Sarah, una mujer de 40 años, ha acudido a la manifestación con su familia. Camina junto a su marido y con sus dos graciosas niñas. Su esposo es un trabajador federal afectado por el cierre gubernamental. “Tenemos muchas razones para estar aquí. Estamos preocupados por lo que está pasando. Tenemos que seguir luchando elección tras elección y no desfallecer. Me gustaría que mis hijas crecieran en una democracia, y eso parece un poco incierto en este momento”.
En las azoteas de los edificios de las calles por las que discurre la marcha de Washington, equipos de la Guardia Nacional vigilan con armas de largo alcance la manifestación. Hace tan solo un mes, el presidente convocó a la plana mayor de su ejército para pedirles que estén preparados ante “la invasión interior” en los Estados Unidos. “Nos encontramos bajo una invasión desde dentro. No es diferente de la de un enemigo externo, pero más difícil, de muchas maneras, porque no llevan uniformes”, dijo a los generales.
No es solo Trump. También su estrecho equipo de colaboradores ha lanzado mensajes inquietantes. Su secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha sido una de las voces más beligerantes. Ha limitado el acceso de los periodistas que cubren el Pentágono, a los que considera como “una amezana para la seguridad” en caso de que publiquen informaciones sin el visto bueno de las autoridades militares. Los grandes medios de Estados Unidos han rechazado las presiones y han evitado firmar el documento con las nuevas condiciones para acceder al Pentágono que quiere imponer Hegseth.
Preservar el poder y perpetuarse. Trump ha coqueteado con presentarse a un tercer mandato, algo que no está contemplado por la Constitución. Ha pedido a los gobernadores republicanos que redefinan las áreas electorales para que los republicanos se vean favorecidos en las elecciones de mitad de mandato que deben celebrarse el próximo año.