Versalles ha pasado a la posteridad como el peor acuerdo de paz de la historia, como un desastre cósmico del que surgieron los desastres posteriores del siglo XX. Firmado en la ciudad francesa en junio de 1919, el tratado puso fin a la Primera Guerra Mundial; aunque la humillación a la que fue sometida Alemania sentó las bases para el nacimiento del rencor y odio que alimentaron al nazismo… Sin Versalles es difícil entender a Hitler, sin Hitler no se hubiesen producido ni la Segunda Guerra Mundial ni el Holocausto… No es la única causa, pero fue indudablemente una causa. Sin embargo, el trauma de Versalles no significa que los malos acuerdos de paz no sirvan para detener las guerras, para alejar la muerte que es, al final, lo más importante. El pacto que ha permitido la tregua de Gaza, todavía frágil y renqueante, es mejor que la guerra, lo suscriba quien lo suscriba.
El sabio Hans Magnus Enzensberger firmó una tribuna en EL PAÍS en 1989 titulada Los héroes de la retirada, un texto valiente y lúcido en el que explicaba que muchas veces las demoliciones de dictaduras como el franquismo las llevaban a cabo personajes que provenían del propio régimen. Enzensberger hablaba de Adolfo Suárez, en España; de Janos Kadar, en Checoslovaquia; o de Nikita Jruschov, en la URSS. “Su horizonte intelectual era limitado; su estrategia, torpe; su actitud, autocrática”, escribe sobre el dirigente soviético que acabó con el estalinismo. Esta idea se puede aplicar a los acuerdos que acaban con las guerras.
Casi todos los procesos de paz los firman personajes moralmente dudosos, en el mejor de los casos, y, en el peor, siniestros y deplorables. En el caso de Gaza, ni Netanyahu ni los dirigentes de Hamás son héroes de la retirada, ni de nada, como tampoco lo es el frustrado premio Nobel de la Paz para Donald Trump. Pero, al final, esos personajes son muchas veces los que acaban con las guerras. Dejar de matar no limpia los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel —que muchos juristas consideran responsable de genocidio—, ni por Hamás. El acuerdo de Dayton, que acabó ahora hace 30 años con la guerra de Bosnia, es el mejor ejemplo de un mal acuerdo; pero que acabó con la guerra.
Tras tres años de conflicto, decenas de miles de muertos, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad, como la violación masiva de mujeres musulmanas por parte los milicianos serbios, la matanza de Srebrenica significó un punto de inflexión en el conflicto de Bosnia. El asesinato, en julio de 1995, de 8.000 varones musulmanes por parte de los ultranacionalistas serbios en un enclave que, en teoría, contaba con la protección de la ONU representó algo más que una vergüenza para la comunidad internacional. Fue un aldabonazo moral que indicaba que había que parar el horror como fuera.
Gracias a la presión de Estados Unidos y los buenos oficios del diplomático estadounidense Richard Holbrooke —la biografía de este funcionario fallecido en 2010, escrita por George Packer, Nuestro hombre (Debate), es muy iluminadora, así como sus memorias, Para acabar una guerra—, serbios, musulmanes y croatas firmaron un acuerdo de paz en la base estadounidense de Dayton (Ohio) en diciembre de 1995. La guerra costó 100.000 muertos y 1,8 millones de refugiados.
Diez años después, el periodista Ramón Lobo escribió en EL PAÍS sobre aquel pacto fáustico: “Se otorgó el papel de pacificadores a los padres de la guerra —el serbio Slobodan Milosevic y el croata Franjo Tudjman— y se bendijo la división étnica del país perpetuando las condiciones que provocaron el conflicto: dos entidades políticas —República Srpska para los serbios en el 51% del territorio y la federación para croatas y musulmanes bosnios en el 49% restante—. Desde entonces, en cada elección democrática celebrada en Bosnia han vencido los partidos que provocaron y alentaron la guerra, todos de base comunitaria más que ideológica”. Lobo sabía de lo que hablaba, porque cubrió aquel conflicto: vio a los civiles de Sarajevo asesinados por los ultranacionalistas serbios.
Sin embargo, funcionó. Han pasado 30 años desde aquel acuerdo, Bosnia sigue siendo un Estado cogido con alfileres, a punto siempre de romperse por todas sus costuras… pero la guerra acabó y las matanzas no han vuelto. Incluso se hizo justicia: aquellos que consideran que Israel no ha podido cometer un genocidio en Gaza porque ha parado la guerra voluntariamente deberían saber que los crímenes cometidos en Srebrenica fueron juzgados y considerados genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) muchos años después de Dayton.
Como recuerda el Memorial de Srebrenica, “más de 50 personas han sido condenadas a penas de prisión por su participación en el genocidio de Srebrenica, lo que suma un total de más de 700 años, además de cinco cadenas perpetuas. De las veinte sentencias dictadas por el TPIY en relación con Srebrenica, siete han incluido el delito de genocidio”. Uno de los firmantes de Dayton, Slobodan Milosevic, murió en la prisión de La Haya esperando ser juzgado por crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio.
Una mala paz no significa que no haya memoria ni justicia. Solo puede significar el final de guerra. En su libro, Holbrooke cita un poema de Auden: “Ninguna palabra escrita por los hombres sirve para detener una guerra / Ni alcanza para aliviar / El inmenso dolor que esta genera”. Ojalá este discutible acuerdo detenga las matanzas y el hambre. Y que Gaza tenga un futuro, porque el futuro solo es posible con la paz.