“Explosiones, explosiones, solo quiero oír explosiones. Y mirar hacia allí y solo ver el mar”. Nadav Hazen tiene 24 años, es de la localidad israelí de Sderot, a menos de dos kilómetros de Gaza, y cuenta que acude todos los días al mirador del municipio —“mi perro se ha quedado sordo de los bombardeos”, ilustra— para ver desde lo alto cómo progresa la invasión israelí de la Franja, que este martes cumple dos años. “Hay que acabar con todo eso”, dice señalando al minúsculo enclave palestino. “Yo quiero que haya un hotel y un casino. Y vivir allí”.
Desde la distancia, en realidad, no se ve mucho. En parte porque tampoco queda mucho que ver. Es más bien un fondo plano y gris solo roto de vez en cuando por las nubes de polvo que levantan los vehículos militares israelíes al moverse o las que causan los bombardeos. Normalmente, suena el fuego de artillería y los más acostumbrados o quienes han venido a festejar los ataques ni se inmutan. Solo alguno se sobresalta. Un grupo de adolescentes celebra: “Mira, aquí podemos grabar un [vídeo para] TikTok”. Decenas de israelíes se acercan cada día a contemplar el espectáculo de la guerra a este mirador. Algunos están para celebrar los bombardeos; otros, por morbo, curiosidad o la extraña sensación de ver en directo lo que retransmite la televisión.
Para apreciar el detalle hay un telescopio, como los de los miradores turísticos. Cuesta cinco shekels, poco más de un euro. También una máquina expendedora de refrescos y comida, porque algunos vienen con mantas, picoteo y narguile (pipa de agua) incluso de madrugada, cuando más bombardea Israel. Una familia se pelea por aprovechar el tiempo que da el telescopio para mirar. “Mira, ahí queda en pie un edificio”, dice uno. “¡Hijo, ven a ver el humo y los escombros!”, apremia el padre.
Meir Sterman, de 39 años, viene con su familia y propone una solución para Gaza: “derruirla por completo” y que “cada uno de los países que critica a Israel” acoja a 30.000 de sus habitantes. Daniel, de 16 años, también quiere “aplanar” Gaza. “A lo mejor entonces Hamás se rinde. Si no metiésemos [en referencia a permitir que entre] ninguna ayuda, generaría presión sobre la sociedad. Y si de verdad hubiese hambre en Gaza, la guerra se acabaría en dos días”, añade. Cree que la solución “más moral” es la “emigración”, el eufemismo de la limpieza étnica de Gaza, “para que no haya más heridos”. “Somos un pueblo que celebra la vida y tenemos el ejército más moral del mundo”, tercia su padre, Doron, de 60.
El fenómeno no es nuevo. Ya había israelíes que se acercaban a ver los bombardeos durante la ofensiva Plomo Fundido sobre Gaza de 2008. Sus 1.400 muertos en tres semanas parecían entonces muchos, pero esa misma cifra se alcanzó en solo dos días en octubre de 2023, cuando los bombardeos contra la Franja arreciaron a raíz del sangriento ataque de Hamás en Israel, que supuso la jornada más sangrienta en la historia del país, con casi 1.200 muertos y más de 250 rehenes.
Lo novedoso es más bien cómo las opiniones recogidas en ese mirador están ahora más cerca que nunca del mainstream, del discurso socialmente aceptado y repetido en las calles, la política y los medios de comunicación. Por supuesto, no representan a todos los israelíes, pero el trauma y la sensación de vulnerabilidad que generó la jornada del 7 de octubre de 2023 han disparado de golpe las tendencias de las dos últimas décadas: derechización social, deshumanización, demonización o condescendencia paternalista hacia los palestinos y crecimiento del ultranacionalismo de base religiosa.
Esas posiciones alcanzan ahora cada vez más capas de la población, incluidos a muchos de quienes se definen de izquierdas. El discurso genocida, en defensa de la limpieza étnica o de animalización de los palestinos (o de los árabes y musulmanes en general) no es anecdótico en Israel. Más aún cuando la identidad colectiva se articula en torno a la necesidad de un Estado judío y un ejército fuertes para jamás sufrir un nuevo Holocausto, tras el exterminio nazi de seis millones de judíos antes de su creación.
Consensos
Ori Goldberg viene analizando sin concesiones los consensos en su sociedad, la israelí. Es analista independiente, doctorado en Estudios de Oriente Próximo por la Universidad de Tel Aviv, y ha ganado cierta popularidad en la red social X por su condición de voz en el desierto. Para ilustrar el cambio operado por su sociedad desde 2023, recurre a la famosa distinción entre el ello, el yo y el superyó que acuñó el creador del psicoanálisis, Sigmund Freud.
“Es como que nuestro yo y superyó cambiaron de lugar”, resume. “El yo eran las fantasías sobre cómo nos encantaría que todos los palestinos se fueran, no necesariamente matarlos. Era la parte de la que no se habla. El superyó se centraba en la diplomacia, en la solución de dos Estados. El 7 de octubre se escapó la ilusión de que podríamos normalizar la ocupación [militar de los territorios palestinos], así que nos vimos plenamente legitimados para perseguir fantasías, no principios respetuosos. Ese es el cambio: hablar de limpieza étnica, de destrucción, de que no hay inocentes en Gaza, de perpetrar un genocidio y luego ignorarlo o negarlo, se volvió no solo normal sino normativo”.
Es, también, lo que cuentan los datos. En una encuesta de este mismo agosto, aChord (un centro afiliado a la Universidad Hebrea de Jerusalén que trabaja desde la psicología social para promover la coexistencia) pidió a los encuestados puntuar del 1 al 6 su grado de acuerdo con una frase que se oye en Israel con relativa frecuencia: “No hay inocentes en Gaza”. Un 76% de los judíos israelíes le dio entre un 4 y un 6. El apoyo es más pronunciado entre los votantes de algunos de los partidos de la coalición de Benjamín Netanyahu con la derecha radical y ultraortodoxos, la más derechista de las siete décadas de historia del país, pero notable entre quienes optaron en las últimas elecciones, en 2022, por formaciones hoy en la oposición.
“Hay muchos aspectos difíciles en las relaciones entre grupos: miedo, hostilidad, odio, percepción de superioridad, etc. Pero la deshumanización y la percepción de que no hay inocentes al otro lado es la más difícil y peligrosa de todas, y la que ha conducido a situaciones terribles y horribles a lo largo de la historia una y otra vez. En este sentido, la sociedad israelí está al borde del abismo o, de hecho, ya está en él”, escribió al respecto en Facebook el director general de AChord, Ron Gerlitz.
¿Cómo casa este dato con las imágenes de decenas de miles de personas manifestándose cada semana desde hace dos años, sobre todo en Tel Aviv, para pedir “un acuerdo que ponga fin a la guerra”? Porque no son en absoluto incompatibles. Una encuesta publicada esta misma semana por el Instituto para la Democracia de Israel es particularmente reveladora. Arroja —como todos los sondeos desde hace ya más de un año— una mayoría social a favor del “fin de la guerra” (incluso descontando la opinión del 20% de palestinos con ciudadanía israelí, abrumadoramente favorables). Una reciente del canal 12 la cifraba en el 74%. Incluso del 60% entre quienes votaron a partidos en el Ejecutivo.
En esta del think-tank Instituto para la Democracia de Israel, un 60,2% de judíos israelíes considera que ha llegado el momento de ponerle fin. Y más de la mitad escoge la opción “claramente”. Pero, a diferencia de otras, pregunta también el principal motivo. Solo un 2,3% elige la respuesta “para dejar de causar daños a los residentes de Gaza y comenzar la reconstrucción de la Franja”. Obtienen más puntuación estas razones: “Continuar los combates pone en peligro a los rehenes” (50,4%), “la guerra ya ha logrado la mayoría de lo posible” (15,8%), “el daño económico y social [para Israel] es demasiado grande” (14,5%) y “es necesario detener el deterioro del estatus internacional de Israel” (6,4%).
Una encuesta de agosto del mismo think-tank apuntaba en la misma dirección. Una pregunta era: “¿En qué medida le preocupan, o no, personalmente las informaciones sobre la hambruna y el sufrimiento entre la población palestina de Gaza?” Un 55,6% de los consultados judíos respondió: “Nada”. Un 23,4%, “poco”. Casi un 70% de los encuestados cree, además, del todo o bastante las informaciones de su ejército sobre si los muertos que causa con sus bombardeos en Gaza son civiles o milicianos. En otro sondeo, un 78% considera que las Fuerzas Armadas “se esfuerzan por evitar causar sufrimiento innecesario a los palestinos en Gaza”.
No es solo la indiferencia —o entusiasmo— por las víctimas “del otro lado”. En todo conflicto armado, cada parte realza en mayor o menor medida el sufrimiento propio e ignora o relativiza el ajeno. Es, sobre todo, que la mayoría social parece abrazar posiciones antaño consideradas más extremistas y defiende la comisión de crímenes contra la humanidad o de genocidio.
“Exiliar a los palestinos”
Por ejemplo, la limpieza étnica de Gaza. La apoya, encuesta tras encuesta, una amplia mayoría de los judíos. Un 82% en la que la Universidad Estatal de Pensilvania (EE UU) encargó en marzo a la empresa demoscópica israelí Grupo Geocartografía. Un 72%, entre todos los israelíes (por lo que previsiblemente también supera el 80% entre la mayoría judía), con la expresión “exiliar a los palestinos”. La hizo el canal 13 de la televisión nacional un mes antes, cuando Trump habló de “limpiar” Gaza de su población para crear la Riviera de Oriente Próximo, algo que no contempla su nuevo plan de paz. En la del canal 12, también entre todos los israelíes y usando el verbo “trasladar” a los gazatíes, lo apoya un 58% de los votantes de la oposición.
En el sondeo de Geocartografía, un 56% de los judíos israelíes va más allá y apoya el famoso transfer (la expulsión forzosa a otros países) de sus conciudadanos étnicamente palestinos. Son casi dos millones de personas, el 20% de la población israelí. El gran defensor de la idea era el extremista Meir Kahane. En los años noventa, el Supremo ilegalizó su partido, Kaj, por su radicalidad y racismo. Hoy, cada año se ven más pegatinas en las calles con la frase “Kahane tenía razón”. Un diputado del partido de Benjamín Netanyahu, Nissim Vaturi, acaba de declarar abiertamente en televisión que, a su juicio, “el interés israelí es que no haya ningún árabe aquí”. “Si pudiéramos expulsar a todos, ya lo habríamos hecho”, añadió.
La encuesta de Geocartografía preguntó también a los ciudadanos si compartían que, “al conquistar una ciudad enemiga, el ejército israelí debería actuar de manera similar” a como lo hicieron en el relato bíblico los israelitas “cuando conquistaron Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos sus habitantes”. Un 47% estuvo de acuerdo.
Negación
Daniel Bar Tal lleva décadas analizando el conflicto palestino-israelí desde la perspectiva de la psicología social. Profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv y expresidente de la Sociedad Internacional de Psicología Política, ha publicado ensayos como Cayendo en el regalo envenenado: el caso del conflicto israelí-palestino. Ahora trabaja en un nuevo concepto (“bestialización”) para ilustrar el proceso que ha observado. “La sociedad israelí se vio extremadamente sorprendida por la acción de Hamás y se sintió muy amenazada y humillada. Y no puede superarlo. Los secuestrados, además, le recuerdan que eso no ha acabado”. El resultado, argumenta, es una suerte de “negación” colectiva de los estragos que su ejército nacional causa en Gaza. “No quieren verse, ni a sus hijos, como los perpetradores. Lo hemos visto también en Rusia, Turquía, Estados Unidos o Bosnia”, señala por videoconferencia.
Tel Aviv, sábado por la noche. Decenas de miles de personas se manifiestan para presionar por un acuerdo para liberar a los rehenes. Suena el nombre de Netanyahu desde el estrado y la multitud lo abuchea. Las víctimas palestinas no reciben mención y se respeta, y mucho, al ejército que efectúa los bombardeos.
Todo gira en torno a los 48 rehenes israelíes aún en manos de Hamás. “El plan de Trump va a traerlos de vuelta, por lo que ya es suficientemente bueno para mí. El resto de detalles, francamente, me importan menos. Es lo más importante y urgente”, dice Yoav Shelhav, de 60 años. “Cuando ves las imágenes de las condiciones en las que están, son inaguantables. No puedo ni siquiera imaginar ponerme en su sitio”.
A Hadas le apena, en cambio, que el plan haya tenido que llegar de EE UU y no del Gobierno de Netanyahu. “Está el discurso de que Irán quiere matarnos. Irak, Líbano, Siria… Que lo único que quieren los países árabes es arrojarnos al mar. Crecí con estas cosas, pero nunca me dieron miedo. Teníamos cierta confianza en nosotros mismos, en que éramos fuertes. Lo que de verdad sentimos en los últimos dos años y medio [desde las protestas contra la reforma judicial de Netanyahu, en 2023] es que este Gobierno está destruyendo Israel desde dentro”, asevera Hadas, originario de Haifa pero con tres décadas ya en Tel Aviv.
La carencia general de alimentos en Gaza se debe a la decisión del Gobierno de Netanyahu de utilizar el hambre como castigo colectivo y arma de guerra, que provoca muertos diarios por inanición y llevó a la ONU en agosto a declarar la hambruna en la zona de la capital. Pero, en el epicentro de las protestas, la plaza de Tel Aviv rebautizada como de los Rehenes y los Desaparecidos, los activistas colocaron medio pan de pita, en referencia a lo que comía uno de los rehenes, en una mesa larga en recuerdo a los ausentes que simula las de la cena de shabat.
De hecho, el foro que representa a los rehenes fue de los primeros en convertir la ayuda humanitaria en herramienta de presión. En octubre de 2023, criticó al Gobierno por ceder ante Washington y aceptar “gratis” que entrasen los primeros cargamentos desde Egipto. Yoav Gallant —el entonces ministro de Defensa y hoy con orden de arresto del Tribunal Penal Internacional por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad en Gaza— pronunció, a raíz del ataque masivo de Hamás, una frase que Sudáfrica incluyó en la demanda por genocidio que presentó contra Israel en la corte de La Haya: “No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible. Todo está cerrado. […] Nos enfrentamos a animales humanos y actuamos en consecuencia”.
Uno de los principales críticos del denominado sionismo liberal es el conocido periodista del diario Haaretz Gideon Levy. “[La sociedad] Se queda impactada con cada vídeo, desconcertada por el destino de los rehenes demacrados y los soldados muertos. Pero, cuando escuchan noticias de una horrible masacre en un hospital, bostezan, desinteresados”, escribía recientemente. “Se preocupan por la vida de 20 rehenes mientras ignoran que su país mata a un promedio de 20 inocentes por hora”.
El mensaje en los medios
Un factor fundamental es la retroalimentación entre público y medios de comunicación. Una escena del pasado julio en el plató del canal 13 de televisión muestra el estado de ánimo al respecto. Una periodista, Emmanuelle Elbaz-Phelps, asegura: “La guerra en Gaza causa muchos muertos palestinos”. Ante un intento de interrumpirla, añade: “No, no silencies esto. Son cosas que cuesta decir en los platós israelíes, pero es importante hacerlo”. La corta entonces uno de los presentadores, Eyal Berkovich, que afirma: “Con todo el respeto, y tengo mucho por ti: no necesito preocuparme de lo que pasa en Gaza”.
Yinon Magal, el presentador estrella del canal de televisión 14, el favorito de los partidarios de Netanyahu, difundió en Twitter un vídeo cruel con tono cómico cuando Israel y EE UU introdujeron en agosto un nuevo sistema de reparto de ayuda humanitaria, en el que una multitud compite para no morir de inanición y decenas han perdido la vida por fuego israelí. Magal aparece sentado en un parque, tirando migas de pan a unas palomas mientras les dice: “Venid, coged ayuda humanitaria antes de que os haga a la parrilla […] Bibi [Netanyahu] sabe lo que hace, hasta la victoria total. Todas acabaréis fritas, no os preocupéis”.
La hambruna causa risa en ese canal. En aquellas fechas proliferaban las imágenes de niños esqueléticos en Gaza. Uno de los comentaristas se queja de las acusaciones y bromea con que, en realidad, “algunos tienen que bajar de peso”. “Podemos llamarlo inanición selectiva”, responde el presentador. “En las imágenes vemos niños delgados y padres gordos y sanos, incluso con sobrepeso”. Ponen entonces la imagen de una madre con su hijo de cuatro años, que murió desnutrido, y dicen: “Es la imagen de alguien que se ha comido toda la comida de su hijo”. “A lo mejor se ha comido a su hijo”, añade otra, entre las risas de todos.
Zvi Yehezkeli, su comentarista de asuntos árabes, aplaudía en otra cadena, i24, “el asesinato de periodistas palestinos que muestran al mundo una imagen completamente distorsionada y sirven los intereses de Hamás”. “Aún quedan muchos que siguen causando daño reputacional en una batalla en la que no estamos sobresaliendo”, afirmaba. Por esas fechas, el periodista israelí Avraham Grinzig respondía al anuncio del Reino Unido de que reconocería el Estado palestino este septiembre con la frase: “No pasa nada. Con la ayuda de Dios, para septiembre no quedará qué reconocer”.
Tabú
Cambiemos de lugar y de lenguaje. 19 de septiembre por la mañana. Decenas de activistas israelíes judíos se han coordinado por su cuenta (no convoca ninguna organización) para intentar llegar a la valla fronteriza con Gaza y desplegar carteles con un término absolutamente tabú entre sus conciudadanos. “Genocidio”.
La protesta avanza bajo un sol de plomo y en medio del polvo durante más de una hora. La policía arresta a algunos y advierte a otros, pero decide dejarlos llegar a la frontera. Las pancartas y lemas los sitúan en los márgenes políticos de su país, sobre todo porque este percibe —a menudo con razón— las comparaciones con el Holocausto como una negación o relativización de su gravedad. “Basta de supremacía judía desde el río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo]”, “Detengamos el genocidio”, “Libertad para el gueto de Gaza”, “La tercera generación del Holocausto está cometiendo un genocidio”. En su boca, como israelíes judíos, suena distinto.
“Desafortunadamente, somos una minoría”, admite Roni Federman, de 60 años, con una pancarta en apoyo a la flotilla de ayuda humanitaria hacia Gaza interceptada finalmente la pasada semana. “Aunque la mayoría en Israel apoya el fin de la guerra, está menos interesada en lo que le sucede a la población de Gaza. Todos los días vemos imágenes impactantes, pero no en la televisión israelí. Todos los días decenas de asesinados, niños que rompen a llorar… Es imposible no estar en contra; es imposible callar.”
Galit Samuel, de 56 años y también de Tel Aviv, escoge los términos que sabe cómo suenan en su país. “Es una guerra de exterminio, la Shoá [Holocausto] palestina que están cometiendo los israelíes. Un completo fracaso moral”.